Me quedo.
Me quedo con tu mirada.
Con tu mirada y con tus ojos negros.
Me quedo contigo, pelirroja, en el flash que te alumbró en una carretera.
Me quedo en la madrugada, yendo a tapar a mi hija bien morena, y a la otra bien pelirroja, no vaya a ser que pillen un catarro.
Me quedo con tu desgarro y con tu impotencia y con tu miedo y con tu frío y con tu rabia y con tu agotamiento.
Me quedo con todo eso grabado,mientras sujetas fuerte a tu hijo… no vaya a ser que se te escurra ahora entre los brazos… justo ahora, que ya estáis los dos, a salvo y en tierra.
Me quedo con la orilla de una playa turca y de otra griega y de otra canaria.
Me quedo con tres extranjeros y magos y sabios, llegando cada uno de tres sitios bien lejanos, seguros de que han encontrado, por fin, lo Bueno.
Y con un mapa sin tierras porque… para qué, si todos»somos ciudadanos de los cielos» (Que ya lo sabían aquellos magos, que por algo eran sabios).
Me quedo con un niño de horas en la intemperie de Belén y me quedo en la noche de los que no le dieron abrigo.
Me quedo con tu carcajada porque juego contigo en una cuneta y te hace gracia mi gorra.
Me quedo con tu piel más blanca o más morena porque vienes de otro lado .
Y con el cuero de tus sandalias que es distinto al mío.
Me quedo con tus pies extranjeros, si apenas levanto mis ojos del suelo… cada vez que paso por delante de tu extranjera mirada, apostada, cada día, en la misma acera.
Me quedo con un galileo charlando en un pozo con una samaritana.
Me quedo con con una vía de tren demasiado larga e imperdonablemente llena de pasos.
Me quedo con una bebida caliente, unas galletas y una manta en una estación.
Me quedo con las estaciones a las que llegan trenes .
Me quedo con tu mirada forastera bajando del tren.
Y con la tuya en esas vías donde, en vez de trenes, caminas peregrinoyforastero igual de agotado y triste que de confundido y esperanzado.
Me quedo escondido en la mañana en algún monte Gurugú y me quedo esperando la noche para correr monte abajo, aterrado.
Me quedo con el frío, la lluvia y el barro calando tu piel y tus zapatos, sumando ya demasiadas mojaduras, mientras oigo llover afuera.
Me quedo con tu espalda mojada y rota y roto tu bebé en ella porque no puede más.
Me quedo con el pescador turco que se lanzó al mar a por ti y con el voluntario que te abrazó con una manta al llegar al puerto.
Me quedo escribiéndote desde donde estoy.
Me quedo con un dibujo en una hoja cuadriculada: me quedo con el fuego, los cuerpos desmembrados y la sangre en el suelo que dibujaste con tus pinturas de niño… y con los caminos que conducen directos a la casas que dibujaste, contento, en el otro lado del papel.
Me quedo con el «id por todo el mundo…» y con «el mundo es nuestra casa»…y » con el venid a Mí los que estéis cansados»…
Me quedo con la mirada del país que te acogió y en el que temeroso cerró sus puertas.
Me quedo con el soldado que te golpeó para que no te colaras dentro… y con el otro que abrió paso para que pudieras llegar.
Me quedo contigo, extranjero y peregrino y con María aún muy débil y con José decidido y con Herodes celoso y cegado y con 700 millas de camino por delante los tres.
Me quedo extranjero, que todos lo fuimos, en Egipto, un día.
Me quedo con mi Dios, que entonces, es un Dios forastero.
Me quedo.
Me quedo sin excusas, la verdad.