Entre tanta debacle de guerra, terremoto, lluvias torrenciales… el otro día amanecimos con la noticia del descubrimiento de un globo chino sobrevolando Estados Unidos sin permiso. EE.UU. asegura que el globo es parte de un plan de espionaje de China sobre numerosos países de los cinco continentes. Mientras tanto, China prometía que, si el globo era abatido, tomaría medidas. Finalmente, los norteamericanos han derribado el globo y nosotros, simples terrícolas, aquí andamos, en un sinvivir aguardando lo que se nos puede venir encima.
Nos hemos vuelto locos, y la causa de nuestra locura (o una de las causas) es el afán de poder. Empezando por los que dirigen las naciones y terminando por cualquiera de nosotros. El deseo de dominio, de quedar por encima, de demostrar nuestra fuerza y asegurarnos los primeros puestos, hace que nos olvidemos del sitio que en ese momento ocupamos, y por qué y para quiénes lo ocupamos.
A los grandes dirigentes parece habérseles olvidado que están ahí (muchos escogidos por el pueblo) no para demostrar lo mucho que mandan, sino para hacer un servicio a la ciudadanía. Se han concentrado en mirar hacia abajo, esto es, en tomar distancia de las personas a las que un día prometieron muchas bondades y que ahora consideran súbditos, y no les da por mirar a los lados, sintiéndose iguales a los demás, o hacia arriba, como servidores que lavan los pies al prójimo, tal cual hizo Jesús en la última cena.
Pero, como he mencionado antes, también nosotros, en alguna que otra ocasión, vivimos nuestras responsabilidades en el trabajo más como una escalada o un afán de salirnos con la nuestra, que como la concepción de que formamos parte de algo mayor que nosotros. Así caí en la cuenta yo el otro día en mi puesto de trabajo, molesta con quienes no apreciaron mis opiniones y propuestas, y olvidándome de que no se trata ni de mi opinión ni de la de los demás, sino de que esa misión a la que nos hemos entregado haga la labor buena para la que fue convocada.
En fin. Guerra, terremotos, lluvias torrenciales, un globo pinchado… y el mundo que se nos va al garete. Mientras, ahí seguimos, peleándonos por ver quién manda más. Ay, Señor, qué olvidado te tenemos.