«Con esto del coronavirus tengo una pregunta muy seria… ¿se puede comer ya carne mechá?». Me reía ayer cuando me mandaron esto por WhatsApp… Y, a pesar de la bendita capacidad que tenemos de tomarnos la Vida con humor (que nos permite llevar las cosas con más holgura), me parece a mí que esto de ir de alarma en alarma es realmente un sinvivir.
Basta que tengamos un poco de memoria para darnos cuenta de que, hitos que nos anunciaron como malos malísimos y que coparon los telediarios durante días o semanas, de repente pasaron sin más al cajón del olvido. Y mientras tanto, ¿qué? esta especie de ansiedad mediática que crean en nosotros va consiguiendo que nuestro centro de atención, nuestras conversaciones… vayan centradas en lo que quieren que se hable. Y al final, acabamos unos cuantos viviendo a golpe de titular, bien adornado de sensacionalismo.
Ya sé que tiene su aquél eso de vivirse como parte de una película americana, en la que suele decir alguno… «¡vamos a morir todos!». Y en la que siempre aparece algún superhumano (el prota, claro), que salva a la humanidad… Pero no sé, no me convence (de hecho, me cansa) este modus operandi... y pienso que:
1. Hay que darle a las noticias la importancia que tienen, «en su justa medida», tomarnos en serio los consejos que se dan, pero, no dejarnos absorber por cada nuevo titular que nos quieren meter como principal tema de nuestra vida.
2. No olvidar que suceden en el mundo (sea lejos o en nuestra realidad próxima) muchas más historias que necesitan verdaderamente nuestra atención, que se hable de ellas y que se tomen medidas: siguen habiendo casos de ébola en República Democrática del Congo; muchas personas que se juegan la vida porque en su tierra era muerte más que probable; personas que no reciben cuidados especializados en su enfermedad; una casa común que grita; enfermedades que no interesan, países en situación precaria (y gentes que lo están en el nuestro)…
3. Que cada persona tenemos también una historia, y que es relativamente fácil que se nos meta esa dinámica de titulares, perdiéndonos la hondura de la vida vivida a fondo, el lugar de intimidad (con uno mismo, y con Dios), que no responde a postureo. Y que cuidar esto, necesita de tiempos, de escucha… que tanto ruido nos impide. Vivir a golpe de titular también nos dificulta «ser sujetos».
Supongo que es un reto salir de este círculo, y que quizás también se me descomponga la cara cuando vea a alguien estornudar en el metro… o quizás no…