Perder las llaves de tu propia casa nunca resulta oportuno. Y más si la tienes tan bien cerrada que solamente se puede acceder a ella por una única puerta. Se te queda la cara de circunstancia del tipo que suspira, aprieta los labios y mira hacia arriba. En un primer momento, te viene a la cabeza aquello de la tarjeta de crédito o del carnet de la biblioteca, pero nada, parece que no hay manera de que el dinero y la cultura por sí solos te dejen entrar. Te planteas entonces llamar a los vecinos pensando: sí, seguro que con alguna radiografía y un poco de paciencia logro abrir la puerta de mi piso. Pero nadie te ha explicado que eso requiere de manos hábiles, y que en última instancia no son los «escaneos» de mente y cuerpo los que consiguen abrir tu puerta. Ya harto de tanto temple, te vuelves al vecino y le dices en tono que no admite reproche: dame el martillo. Una vez enfrente de la puerta, dispuesto a destrozar el pomo y el tiempo perdido, sin saber cómo, aprovechas los últimos reductos de estoicismo que te quedan, y ves que tampoco hace tanto que cambiaste la puerta y la verdad es que costó una pasta… pues no será la violencia ni el derecho a la pataleta lo que te teletransporte hasta tu sofá.
 
Mira, no ha sido tu mejor día. Te sientas en las escaleras, dispuesto a hacer un descanso para reemprender la batalla, cuando de repente, se te pasa por la cabeza aquella idea que ya tardaba en aparecer: ¡un cerrajero!, ¡vaya que sí!, ahora mismo lo llamo y terminamos con esto de una vez.
 
− ¿Diga?
− Mire, no tiene secreto, llamo por el motivo que llaman todos.
− Sí, sí… no se preocupe. Ha tardado usted en llamar ¿eh? Ahora mismo le abro, déjeme un minuto para abrirle. Me pilla usted en cama a estas horas de la madrugada.
 
Y yo que me quedo con un cuerpo extraño… querrá decir que un minuto para prepararse… y ¿por qué me dice que he tardado en llamar? pero si… ¡no le he dicho ni dónde vivo! 
 
Y así que, sentado como estaba, veo que se empieza a abrir la puerta de mi propia casa y se asoma el cerrajero, con gesto despreocupado, y me dice: ya está. Y yo que no articulo palabra, y él que me dice: vaya, no se angustie, esto pasa más a menudo de lo que usted cree. No es el primero al que veo intentar abrir su puerta contando solamente con su crédito, sus saberes, sus técnicas terapéuticas o sus ganas de desfogue… para otra ocasión, quizás le ayude saber que esta puerta está diseñada con un mecanismo especial: a falta de llaves, solo puede abrirse desde dentro, pero tiene que avisarme primero.
 

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