¿Hasta dónde llegaremos? ¿Qué límites nos están vedados? Una y otra vez aspiramos a llegar más lejos, a romper fronteras, a vencer obstáculos. Quizás llevamos escrita en la entraña esa fuerza, esa intención y ese hambre de superación.

 Han pasado 21 años desde que el ucraniano Sergei Bubka saltara 6 metros y quince centrímetros en pértiga indoors. Dos décadas de un récord que parecía imbatible. Pero al final no lo fue. Un atleta francés, Lavillenie, lo ha superado por un centímetro. Y ahí queda un nuevo jalón, una marca de referencia que será la que ahora tengan que intentar asaltar quienes quieran escribir su nombre en la historia de esta disciplina. El propio Lavillenie luchará, de ahora en adelante, consigo mismo, para tratar de superarse. Y otros vendrán después, tarde o temprano.

 Los récords deportivos nos dejan descubrir la capacidad del ser humano para superarse. ¿Qué permite que, década a década, caigan marcas que antes eran impensables? ¿Es la alimentación, la tecnología al servicio del deporte? Tal vez algo de eso hay. Pero sobre todo es un espíritu de superación que nos lleva a soñar con alcanzar nuevos hitos, superar viejas marcas y adentrarnos en territorios nunca antes transitados. El deporte es, en este caso, un buen indicador de algo que se produce en otros muchos ámbitos de la vida.

 ¿Es este un motivo para la esperanza? ¿Es posible que ese mismo instinto de superación nos ayude a alcanzar cotas más altas de humanidad, a solucionar los grandes problemas que afectan a  millones y millones de personas? ¿A dónde nos llevará la ciencia? ¿la sed de saber? ¿Y la reflexión ética? ¿Y la capacidad de organizarnos? Ojalá nos lleve a un mundo mejor. Porque en nosotros late un espíritu creador, ambicioso, soñador, capaz de derribar fronteras y recorrer caminos nunca antes descubiertos.  Ahora bien, el talento, la creatividad, la ambición y el afán de superación también se pueden poner al servicio de causas inhumanas y atroces.

 He ahí nuestra encrucijada y nuestro reto, que quizás incluso suene ingenuo: poner esos talentos al servicio de las causas más nobles, persiguiendo una sociedad más humana, más cordial y, al fin, sanada. Tal vez ante una formulación así hay quien sonreirá con escepticismo, prematuramente derrotado. Pero, mientras quede vida y humanidad ¡que no se rinda la esperanza!

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