Otra vez lo han vuelto a hacer. Tres de los cuatro semifinalistas de un Grand Slam. Tres gigantes que dan un recital de juego, resistencia y sana rivalidad cada vez que les toca enfrentarse. Y que ahora ya parecen coincidir en un objetivo simbólico: ¿Quién de ellos terminará su carrera con mayor número de títulos en alguno de los cuatro grandes torneos? Un hambre de éxito, de gloria, de superación que tira de ellos y los mantiene a punto. Habrás leído análisis desde muchos puntos de vista. Que si uno es el rey de la tierra batida. Que si la hierba es el lugar natural del otro. O la superficie rápida se adapta mejor al tercero. Da igual sus nombres, o sus nacionalidades, los tenemos perfectamente identificados: el serbio, el suizo, el español. Impresiona ver su resistencia.
Hay una ambición que es buena en el mundo, y hay otra que es perversa. Mala es la ambición de quien solo quiere acaparar, acumular y trepar caiga quien caiga. O la de quien solo persigue fines sin importar los medios utilizados para ello, eligiendo atajos, trampas y sin aceptar límites. Esa ambición se puede dar en la política, en la Iglesia, en la economía, y por supuesto, también en el deporte. Pero hay otra ambición que es más afán de superación, de romper fronteras, de ir más allá, de alcanzar nuevos límites superando otros. En esa ambición la competencia es estímulo y aliciente –sobre todo cuando no se convierte en rivalidad personal ni en culto al propio ego–. Y requiere compromiso y sacrificio (imagino las renuncias enormes que estos deportistas de élite han hecho a lo largo de toda su juventud, y la disciplina que han necesitado para llegar a donde hoy están). Por supuesto que hay en ella búsquedas personales, pero hay también el deseo de hacer que algo mejore en aquello a lo que te dedicas.
Hay un concepto, el del MAGIS ignaciano, que tiene que ver con dar el máximo, llegar a más, aspirar mejor a todo que a casi todo, que es un buen ejemplo espiritual de esta actitud. Es la ambición del inconformista, el anhelo del soñador, la resistencia del luchador que se niega a rendirse antes de tiempo, pero sabe que tampoco hay atajos. Quizás nos hacen hoy falta más personas así, dispuestas a pelearlo todo en las canchas de la vida y del evangelio, eso sí, sabiendo que los buenos resultados en un grand slam no llegan de la noche a la mañana, y son el resultado de largos años de vida oculta.