25 años después de la publicación de Historias del Kronen se publica La última juerga, la secuela de una historia que impactó en su momento y que se conviritó en un icono del cine y la literatura española de los años 90. Aquella historia hablaba del verano de unos jóvenes adinerados que están de vuelta de todo e invierten su existencia en drogas, sexo y diversión. Una novela que tomó el pulso a una juventud que creció en democracia y que cumple con creces las expectativas de cualquier profesor de filosofía.

25 años después la historia de sus protagonistas sigue siendo actual, no por el morbo de saber qué fue de los personajes sino porque el sinsentido es una enfermedad que sigue muy presente. Tenemos de todo pero nos falta algo. Y no es un enfermedad de pijos o de culturas anglosajonas. Da igual la edad y el contexto social, cada vez más gente se pregunta qué narices hacer con su vida. Curiosamente, al mismo tiempo que nos sentimos hastiados de todo no renunciamos a nada. O peor aún, negamos todas las propuestas que nos dan sentido, pero que conllevan una renuncia y un sacrificio a favor de los demás.


25 años después el protagonista de esta novela sigue siendo hedonista y sin más amigos que su propio ombligo. Puede que ninguno de nosotros lleguemos a esos extremos –tanto hace 25 años como ahora–, pero sí podemos comprobar cómo se cuece una tragedia si no se pone remedio. Ojalá seamos capaces de identificar, en lo personal y en lo cultural, todas aquellas dinámicas que nos impiden descubrir la esencia de cada vida. Porque no se trata de multiplicar itinerarios, acumular experiencias o desarrollar mil proyectos, sino de dar sentido a una vida que merece la pena ser vivida.

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