Tras una primavera complicada y en pleno mes de agosto, periodo de vacaciones generalizado, resulta atrevido lanzarse a hablar de salir de la zona de confort.
Pocas personas habrán vivido este 2020 con confort, aunque pudiera ser cierto en lo material, dificilmente lo sería en lo emocional por los acontecimientos que nos han sobrevenido. Pero precisamente el contexto que vivimos, no el del verano vacacional atípico, en el cual nada es como era antes, es un periodo propicio para hacer frente a esa pulsión, tantas veces escuchada y otras tantas aplazada, de salir de nuestra zona de confort.
A causa de la enfermedad en algún caso, y como consecuencia de la pandemia en todos los casos, nuestra zona de confort se ha visto mermada, por no decir reducida a la mínima expresión. En una sociedad ya de por sí cada vez más líquida, son pocas las cosas, materiales o inmateriales, que permanecen sólidas y confortables.
Es por ello precisamente por lo que arriesgar y salir de la zona de confort tiene mucho premio y poca pérdida, pues fuera de ella podremos encontrar elementos sólidos nunca antes esperados.
La vida y obra de muchos de nuestros referentes, empezando por Jesús de Nazaret y terminando por el recientemente fallecido Casaldáliga, nos demuestra que sólo fuera de sus zonas de confort pudieron vivir una vida de fe plena y producir para el Reino. El ejemplo de otros nos debe dar alas para ser valientes y progresar, atreverse a salir de nuestras zonas de confort y ver si así somos capaces de multiplicar nuestros talentos sin las ataduras del miedo, la comodidad y el conformismo.
Para volver a descansar en nuestras burbujas de confort siempre hay tiempo. Vendrán otros veranos más normales, pero el momento de transformar la humanidad en Reino es ahora, no hay que tener miedo, ya hay otros que lo hicieron antes y han brillado con una luz incesante. Tal vez será porque cuando construyes el Reino de Dios hay una alegría que perennemente te acompaña, aunque no sientas el confort de tu mundo.