Esta Navidad me ha tocado ver parajes diferentes a los que estaba acostumbrado. Hay veces que uno tiene suerte y, gracias a Dios y a la gente querida, llegan ofertas que le obligan a uno a trasladarse y moverse. Lo de las fronteras no es una metáfora, es una realidad. No solo separan países y culturas, modos y estilos, sino que las fronteras nos recuerdan a esos límites –finos en muchas ocasiones– entre lo que conocemos y nos es habitual y, lo nuevo y distinto.
Estar en esas fronteras nos obliga a generar dentro de nosotros un resorte humano que posibilita la adaptación. Hay gente que no aguanta la tensión. Es insoportable para muchos mantener el equilibrio entre la novedad y lo antiguo. Entre lo de siempre y lo nuevo. ¿Qué nos ocurre cuando sentimos algo de incertidumbre? ¿Cuándo descubrimos «que no tenemos posada»? Se abre el debate: la comodidad y la incomodidad. Y no me refiero al sofá cómodo y casero que tenemos en casa.
La comodidad es una actitud. Cada uno puede aspirar en la vida a ella. Que conste que no es pecado: porque querer estar bien, tener facilidades en la vida, posibilidades que nos permitan permanecer con cierta soltura de bienestar, no está mal. La comodidad nos permite vivir a gusto. ¡Quien no quiera que levante la mano! No es solo una mirada cómoda a lo material, sino una mirada cómoda a nuestro modo de ser. Hay personas que quieren instalarse en el hotel, porque da más ventajas. Hay personas que quieren instalarse en buenas camas para un buen descanso. Pero, ¿si tenemos de tanto, no será que igual no necesitemos que Dios venga a visitarnos? ¿Si estamos tan cómodos, igual no necesitamos a un Dios que viene a incomodarnos?
La Navidad es abrirse para dejar que el niño Jesús nos incomode. Recuerdo que, entre tantas luces, villancicos y gastos navideños, se esconde la Palabra que se hizo carne en un pesebre. En un lugar poco cómodo. Como el doble clic del mensaje de wasap, nos hace caer en la cuenta de que ha venido a nuestro mundo para que miremos más allá de nosotros mismos. No podemos permitirnos no mirarle, no prestarle atención. ¡Tenemos que leerle! Dejarnos invadir de una sana incomodidad, creciendo en consciencia de que cuanto menos tenemos igual más le necesitamos.
Pidamos esta Navidad que Dios nos desinstale –aunque sea un poquitín– de nuestras comodidades que nos impiden crecer y caminar más confiados en la promesa. Dios-siempre-con-nosotros. Ojalá podamos mirar al pesebre reconociendo que ahí está el niño Jesús pidiendo de nosotros más movimiento, más dinamismo, más arriesgo y más fortaleza. Juntos podremos cantar y bailar agradeciendo tan poca comodidad.