Vuelve Mario Conde y como si de un sueño se tratara, vienen a la memoria titulares clásicos de nuestra democracia y, por qué no decirlo, de nuestra historia. Noticias, errores y bochornos que se repiten una y otra vez y que aparecen de forma sistemática en cada generación.

 Ocurre en las hemerotecas, pero también en nosotros. La mayoría de las veces nos equivocamos en las mismas cosas de las que quizás nos habíamos arrepentido antes y que en su momento prometimos no volver a hacer. Nos pasa que tropezamos siempre en la misma piedra, a pesar de haber hecho todo el esfuerzo por evitarlo. Muchas de nuestras heridas son golpes que nos da la vida. Sin embargo, algunas de ellas son fragilidades que todos llevamos dentro, nos producen fiebres cada cierto tiempo y los años se encargan de convertirlas en enfermedades crónicas. 

 La historia de Mario Conde, y tantas otras que vemos a diario en los titulares, nos habla de ambición, de trampas, y quizás de la ceguera de aquellos que, como los hombres de Babel, juegan a ser omnipotentes. Y nos habla de la perseverancia en el error. ¿No hay salida? 

Por mucho que sean repetitivas nuestras dolencias, es Dios el único capaz de sanarlas. Cuando su evangelio, su verdad, sus límites, iluminan nuestra humanidad profunda. No se trata de aumentar las dosis ni de buscar tratamientos alternativos. Tan solo que Él puede acogernos y aceptarnos tal como somos, sabiendo que como seres humanos, volveremos a equivocarnos una y mil veces. Pero sabiendo también que Dios nos puede ayudar a crecer, a cambiar, a convertirnos a mejor. Porque, si no, tendríamos que resignarnos al escepticismo y la derrota.

 Ojalá que en nuestra historia, personal y colectiva, no olvidemos cada vez que fallamos que Dios nos espera en nuestras noches, por muy oscuras que estas puedan ser.

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