Entre el 20% y el 48% de la población adulta española padece algún tipo de problema a la hora de dormir; de hecho, la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria asegura que entre el 76% y el 91% del alumnado afirma tener problemas para conciliar el sueño. Se trata de una epidemia silenciosa que nos golpea a todos, hiperconectados como estamos a los dispositivos móviles, a las redes sociales, a las teleseries, a los avisos laborales, a los horarios retorcidos de la cultura ambiental española, a…
Como siempre, la primera repercusión que salta a la palestra en el debate tiene que ver con la productividad: la falta de atención de los escolares en clase, la pérdida en términos de PIB (se calcula que del 2,5% en Estados Unidos), las complicaciones de salud que acarrean gasto sanitario a los sistemas nacionales de salud, el consumo de fármacos y remedios para dormir a pierna suelta y cálculos por el estilo. Todo aquello de la interpretación de los sueños freudiano hace mucho que la ciencia lo dejó de lado.
Los avances de la neurofisiología han afirmado hace tiempo la importancia del descanso físico y mental como garantía de una vida saludable. Algo que ya los salmistas intuyeron mucho antes de tener ninguna evidencia científica. En los salmos, el libro de oraciones del antiguo Israel, se le concede una importancia notable al sueño. Era el momento en que Dios sondeaba el corazón, visitándolo de noche, para instruir internamente. En última instancia, era el reflejo de un corazón sosegado que confía en Dios, como atestigua la estrofa final del salmo número 4: «En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo».
Y a ti, ¿qué te quita el sueño?