Dios no nos quiere cansados. Es verdad, créetelo, Dios no te quiere cansado. Como no te quiere enfermo, triste, desesperanzado o cabreado. Nuestro estado natural es sentirnos plenos en lo que vivimos, activos y con ganas. Y a eso somos llamados. Aun cuando la vida va poniendo delante de nosotros el cansancio, la enfermedad, la tristeza… y tantas otras cosas por las que queramos o no, nos toca pasar.
Y, sin embargo, cada vez vamos más cansados, quizás como consecuencia de la aceleración de nuestra vida. Conforme crecemos la vida se acelera, es cierto. Pero no es sólo una sensación. Las redes y la comunicación van ahora a la velocidad de la luz, las respuestas llegan en apenas segundos y eso nos obliga a mantener ritmo, sin darnos tiempos de parón en lo que esperamos que ese email, ese wasap, esa publicación nos llegue respondida… Y eso desgasta, mucho. Piensa en cuántas veces llegas a casa completamente exhausto y sin fuerzas para nada, solo para dormirte otro capítulo o simplemente tirarte en el sofá a ver tus redes hasta que te quedas dormido.
No estamos hablando solo de percepciones. La OMS ya ha incluido hace poco el síndrome del trabajador quemado, burn out, en su catálogo de enfermedades. Es decir, estamos hablando de algo real, con consecuencias para nuestra salud. Y de lo que somos conscientes, probablemente. Pero frente a lo que no sabemos muy bien qué hacer. Porque, aunque sabemos que ni es sano, ni queremos vivir cansados, sabemos también que no controlamos el ritmo, que los mensajes se acumulan, la carga de trabajo sube y reclaman nuestra atención varios frentes a un mismo tiempo. Y que no depende de nosotros frenar… O sí.
Porque en realidad sí depende de nosotros. Claro que sí. El no es una respuesta válida, el no responder hasta el día siguiente también, el marcar el propio ritmo no es de mala educación, es pura higiene mental. El descanso es una opción posible. Incluso deseable y necesaria. Y real, no es sólo una utopía. Como tampoco lo es apagar el móvil, dejar el ordenador o negarnos a hacernos cargo de otra cosa más. Es cierto que las obligaciones nos apremian, y que hay algunas inexcusables –familia, trabajo…– pero se trata de priorizar. De ser consciente de dónde gasto mi energía y mi tiempo e ir, poco a poco, colocando cada situación, cada tarea, cada compromiso en su justo lugar. Sin demorar lo importante ni convertir en urgentes cosas de segunda o tercera fila. Cuando te sientas agotado, párate y pregúntate: ¿dónde me desgasto? ¿dónde pienso que tengo que gastarme? ¿dónde quiero desgastarme? Y coloca tus prioridades. Dejando lugar a lo importante y postergando lo que no debería ocuparte.
Porque eres limitado –no pasa nada, todos lo somos– y el final del camino es el reventón de salud, el cabreo del »nadie me ayuda», la arrogancia del «soy yo el que lo hace todo»… Situaciones con peores consecuencias que tener que afrontar un simple «no, de esto no me puedo encargar ahora». Piénsalo la próxima vez que te sientas desbordado, Dios no te quiere cansado. La misión no justifica el agotamiento.