Las elecciones presidenciales de Estados Unidos en las que ha salido vencedor Donald Trump me refuerzan una intuición: si hay algo que une a todos los candidatos (y sus seguidores) que pierden elecciones, cualquiera que sea su color político, es la respuesta que dan (al menos públicamente) a la pregunta de «¿qué ha fallado?». Invariablemente, digo, es la misma: «no hemos sabido comunicar bien nuestro programa». O lo que traducido en otros términos más vulgares es decir «no sabía que la gente fuese tan idiota».
Esto no es sólo una muestra de arrogancia de estos políticos, sino también el primer error en el que cae quién quiere comprender la realidad. Partir de que la realidad está hecha a la medida de sus esquemas o si no es que «la gente no se entera» hace que «quien no se entere» seamos nosotros mismos. ¿Hay quién se plantee que en realidad sus ideas no tienen un respaldo efectivo en la voluntad de la gente? ¿O que sus esquemas simplemente no sirven para explicar la realidad?
Me ayuda pensar que la “gente” verdaderamente sabe lo que quiere. Al menos sobre este principio creemos (¿creemos?) que descansa la democracia. Para cambiar la realidad, o, en términos más modestos, cuidarla, no hay que forzarla, sino hacerse cargo del estado de ánimo de la gente que la habita: acompañarla, escucharla y responder en consecuencia (sin recetas). Comenzar a comprender que la realidad está ahí puesta no para nuestro escándalo o nuestro entusiasmo es comenzar a comprender la realidad. Con independencia de que gane Trump o pierda.
Foto: JULIA DEMAREE NIKHINSON (AP)