Fue hace unas semanas, de improviso. «No vamos a dejarles violar un acuerdo nuclear y hacer armas que nosotros no podemos». Tras un acto de campaña en una pequeña localidad de Nevada Donald Trump anunciaba la retirada de su país del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio que firmaron, allá por 1987, Ronald Reagan y el entonces líder de la antigua URSS, Mijaíl Gorbachov. En su día este acuerdo se consideró histórico y en los años posteriores al fin de la Guerra Fría el INF (siglas en inglés del Tratado) era un ejemplo de la, a veces, frágil amistad entre Estados Unidos y la Federación Rusa. Una esperanza para la paz.

Hace unos meses el presidente fue –quizás– algo menos diplomático. En una reunión en el despacho oval –lugar simbólico donde los haya para la democracia americana– Trump calificó a Haití, El Salvador y otros países africanos como «agujeros de mierda». En algunos países la expresión fue traducida de manera más suave. En España la traducción fue literal, tal cual. En política los gestos y las palabras valen su peso en oro. Los asesores de imagen y los responsables de comunicación estudian cada palabra, cada frase y cada expresión. Todo está medido en un mundo donde el discurso va mucho más allá que lo puramente verbal. Puede que sea uno de los presidentes más parodiados de la historia, pero lo que empezó siendo un personaje burlón a la búsqueda de la presidencia de los EE.UU. se ha convertido en un ser con poder real. Alguien capaz de recoger la frustración de millones de personas hartas de un sistema al que culpan de todos sus males. Han localizado a un enemigo común –el de fuera, el diferente, el sucio, el otro– con una jerga propia de barra de bar o de peluquería de pueblo. Lo que empezó siendo un meme de internet pasó a ser un ‘fenómeno político’ y ahora es el representante de millones de personas.

Decía el escritor G.C. Chesterton «Hemos dejado atrás la era del demagogo, del hombre que tiene poco para decir y lo dice a los gritos. Hemos llegado a la era del mistagogo o del don, del hombre que no tiene nada para decir, pero lo dice suave e impresionantemente en un susurro imperceptible». Aunque nos parezca poco, ante tanto ruido y tanto discurso agresivo, la opción puede que sea precisamente la calma, pero seguros de nosotros mismos. La capacidad de rebatir el discurso vacío con tranquilidad y firmeza. No es poco.

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