Vivimos en una época en el que tiempo parece echarse encima de nosotros. Son tantos los acontecimientos que estamos acostumbrados a ver en televisión, redes sociales o youtube que nos resulta difícil pararnos a reflexionar sobre su significado. Hace pocos días el mundo contuvo la respiración al ver a uno de los hombres más poderosos del mundo, el expresidente de EE. UU y candidato a la reelección Donald Trump. Un hecho que nos vuelve a recordar lo que ya sabemos: el ser humano, por mucho que poder que pueda acumular en este mundo, es frágil, y todos sangramos cuando nos hieren: “polvo eres y en polvo te convertirás” (Gn 3, 19).
No es la primera vez que un presidente o un candidato a la presidencia del país más poderoso del mundo sufre un atentado. La lista es larga: Abraham Lincoln, John F. Kennedy, Robert F. Kennedy, Ronald Reagan… Pero la gran diferencia es que en este último intento de magnicidio los vídeos de un ensangrentado Donald Trump empezaron rápidamente a correr como la pólvora por internet. Un detalle que entraña un altísimo riesgo.
Cuando la política se convierte en un espectáculo violento, normalizamos la antipolítica. El uso de la razón, la palabra y el diálogo para solucionar los problemas que nos ocupan a todos es lo que nos separa de la barbarie. La violencia no genera ningún futuro, y nunca puede convertirse en una herramienta política en contra de un adversario, una lección inscrita en el corazón de todo hombre, y en la misma Revelación Bíblica. Recordemos que cuando Jesús se enfrento a sus injustos captores impidió el uso de la violencia: “vuelve la espada a su lugar, porque todos los que empuñen espada, a espada morirán” (Mt 26, 52).
Precisamente lo que diferencia una actitud democrática de la anarquía o el totalitarismo es la respuesta ante la violencia. La lección de los dos contendientes políticos en esta campaña electoral, Trump y Biden, pidiendo unidad y paz a la ciudadanía, supone un rayo de luz en medio de la tormenta. Solo esperemos que esta respuesta, por ahora ejemplar, se mantenga en el tiempo. Quizá es mucho que esperar.