Es el paraíso de los niños, donde parece que Delibes paró el tiempo y sus casas destartaladas se convierten en la reserva espiritual de la España vaciada. No serán quizás los más bonitos, ni habrá playas ni demasiadas comodidades. Sin embargo, los pueblos se convierten para mucha gente este tiempo en algo más que un municipio cualquiera. Son un lugar sagrado donde uno vuelve con la imaginación a lo largo del curso -y quizás de toda la vida-, especialmente cuando la rutina y el cansancio llevan la voz cantante. Es el verano en casa de los abuelos, de las verbenas con la música de siempre, de las infinitas anécdotas y de los paseos en bicicleta, donde uno, quizás por primera vez, concibe qué es la libertad, del cuerpo y del alma.
Puede que los pueblos no destaquen por el descanso o por la belleza de sus calles, tampoco por ser un negocio o por una gran vida artística. Son espacios, como otros tantos, donde reconocemos quiénes somos. En ellos, además de casas deshabitadas y naturaleza salvaje, confluyen los recuerdos y las historias y los genes que se entremezclan sin mayor sentido aparente. Donde confluyen olores, sabores y recuerdos, y con ellos se activa el botón de la memoria que nos lleva hasta nuestra más tierna infancia. Donde regresamos a nuestras raíces más profundas, que habla de nuestra familia, de nuestros orígenes, de qué somos y de todo lo que anhelamos.
Y es que por muy avanzados que nos creemos como sociedad, seguimos necesitamos una tribu y una cueva en nuestra vida, donde sentarnos alrededor de un fuego y contar historias y leyendas, donde la verdad juega una parte y la imaginación y la memoria ponen el resto. Donde pararnos de vez en cuando y ver que la vida, aunque la hagamos complicada, debería ser mucho más simple. Un grupo donde nos reconocemos entre iguales -aunque seamos muy diferentes- por el mero hecho de tener un origen común. Es el lugar donde los vínculos se hacen más fuertes y se convierten en raíces que nos recuerdan quiénes somos y, sobre todo, que lo sencillo también es esencial en nuestra vida, porque Dios cierra por vacaciones.