Para muchos de la generación de nuestros abuelos y nuestros padres el futuro pasaba por salir de su pueblo para ir a la ciudad, para encontrar mejores oportunidades y una vida más cómoda, más cerca de servicios básicos y en expansión. Por eso cuando hablamos de volver al pueblo, del auge de lo rural, nos podemos plantear que quizás ahora las oportunidades están ahí, que la dinámica se ha invertido y ahora está en expansión el mundo rural, igual que hace 40 años lo eran nuestras ciudades.

Sin embargo, un vistazo a los periódicos nos basta para ver que no es así. El mundo rural sigue contrayéndose y nuestras ciudades siguen creciendo imparables, hasta el momento. Por eso cuando anotamos que muchas familias vuelven a entornos rurales, cabe preguntarnos por qué se hace.

Es cierto que en el contexto de pandemia parece un lugar más seguro. Menos contactos, más aislados, esto es, cumpliendo mucho mejor las recomendaciones para prevenir la enfermedad. Pero también hay menos recursos y oportunidades en el entorno rural. No todo son ganancias. Los servicios disminuyen conforme nos alejamos de los núcleos urbanos, hay menos variedad, menos posibilidades, cierto. Pero menos posibilidades de mantener un estilo de vida concreto. El que basamos en el consumo, en la prisa, en la acumulación de tareas. Un estilo de vida que nos agobia, que hemos descubierto en este tiempo que no lo echamos tanto de menos como creíamos y que las alternativas realmente existen.

Hemos descubierto que es compatible, a veces, trabajar desde cualquier lugar, que nuestras tareas pueden tener un horario más flexible y que pasar tiempo con los nuestros y vivir más relajadamente no es tan utopía como pensábamos hace tan solo un año. De algún modo hemos visto que lo realmente esencial es poco y, a la vez, que en un esfuerzo común podemos alcanzar grandes metas. Como la de vivir apartados y retornar a entornos más tranquilos, más lentos donde poder vivir en otras claves a las que estamos acostumbrados.

Volver al pueblo va más allá de un deseo de vida más barata o de apartarse para defenderse. Creo que hay mucho de descontento con una vida de prisas y plazos que nos empujan. Hay más de buscar un contexto de contactos más auténticos y cotidianos, más verdadero, que un deseo de aislamiento y vida apartada.

Es cierto que no podemos simplemente abandonar nuestras ciudades o condenar el estilo de vida urbano. Esa sería una posición demasiado fácil, demasiado simple. Se trata, creo, de volver a hacer ese camino metafórico de ida y vuelta, de visitar –real o metafóricamente– a nuestro pueblo y volver trayéndonos todo eso que anhelamos y no encontramos en nuestras ciudades: serenidad, contacto con lo cercano, reflexión, esfuerzo común. Este puede ser un buen ejercicio para plantearnos acerca de qué ciudades queremos, de cómo queremos construir nuestra vida cotidiana, si dejándonos arrastrar por lo que hay o tomando consciencia de dónde venimos y creciendo desde nuestras raíces.

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