Hace unos meses, en un encuentro, Cristóbal Jímenez SJ nos invitaba a la reflexión con su “¿Qué buscamos? Quizás vivir…” y tal cual, sobre la marcha, me vino a la cabeza que es costumbre responder, cuando alguien nos pregunta cómo estamos, con el gerundio “sobreviviendo”. Resulta que vivimos en gerundio pero ¡Ojo!, no es que vivamos, sino que…¡Sobrevivimos! ¿Por qué estamos sobreviviendo y no viviendo? Estamos inmersos en una cultura de la prisa, donde las obligaciones y las preocupaciones nos arrastran a un ritmo tan acelerado que no nos paramos a reflexionar.
Sobrevivir implica resistir, mantenernos a flote ante las demandas del ahora sin espacio para disfrutar de ese ahora. Nos encontramos atrapados en una carrera constante: trabajo, familia, hogar, compromisos…y todo es urgente y absorbente. Este ritmo nos lleva a estar en modo automático y mecánico permanentemente, y con la mirada puesta en el próximo desafío o problema, sin detenernos a disfrutar de lo que ya tenemos o hemos logrado.
Vivir, en cambio, es conectarse con el presente, apreciar las pequeñas alegrías y encontrar sentido en lo que hacemos. Es un cultivo de la vida abonando las relaciones auténticas, dedicando tiempo al cuidado personal, espiritual y emocional, y apreciando los momentos de calma. Es tener la capacidad de detenernos en lugar de avanzar sistemáticamente sin rumbo.
El caso es que tendemos a sobrevivir y si no tomamos necesaria consciencia de esa diferencia, corremos el riesgo de seguir sobreviviendo sin llegar a vivir plenamente, por lo que la invitación es clara: conviene encontrar el equilibrio entre nuestras obligaciones y el disfrute del camino, aprendiendo a vivir, no sólo a sobrevivir.