No deja de ser curioso cómo, hasta hace no muchos años, cuando se hablaba de educación cristiana se insistía –con influencias aristotélicas– en la necesidad de la educación en el conocimiento y la práctica de las virtudes, mientras que hoy día, al echar una ojeada por los idearios de los centros católicos uno se encuentra con que se prefiere hablar de la educación en valores. De hecho, además, en no pocos contextos, la palabra «virtudes» ha adquirido la connotación de ser algo antiguo, o perteneciente a otra época, salvo que se hable del virtuosismo de aquel que toca algún instrumento musical.

Ante esta realidad surge la pregunta de si los valores no serán un sinónimo o una actualización de las virtudes. Sin embargo, lo cierto es que no es así, puesto que la definición de virtud la afirma como «disposición habitual y firme a hacer el bien, que permite a la persona no sólo realizar actos buenos sino dar lo mejor de sí misma» (CIC 1803). Por lo tanto, las virtudes tienden siempre al bien, y, en último término a Dios. Si atendemos a la definición de valores, nos daremos cuenta de que, con ellos, nos referimos a una serie de cualidades y principios que son considerados buenos (es decir, valorados) por un determinado grupo. Es decir, que mientras que las virtudes son buenas porque nos conducen al bien, y de este modo a Dios, los valores solo lo son si son aceptados o considerados positivos por un grupo.

Vista la diferencia se entiende que, en ocasiones un valor pudiera llegar a ser negativo o incluso llevar hacia algo que no es del todo bueno. El valor de la constancia, por ejemplo, puede llevarnos hacia actitudes egoístas e incluso perjudiciales para los demás. Cosa que no ocurre con las virtudes, que nos encaminan siempre hacia aquello que es bueno y que nos conduce a Dios.

Por este motivo, en esta serie de pastoralsj nos hemos propuesto ahondar en las virtudes, con el objetivo de hacer una lectura actual de estas que nos ayude a encaminar nuestra vida hacia el bien y en último término, hacia Dios. A lo largo de los próximos días recorreremos las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las teologales (fe, esperanza y caridad).

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