La prudencia puede ser un valor compartido por todos, y es, en general, apreciado por la sociedad (aunque siempre hay quien, en aras de una supuesta ‘naturalidad’ o ‘espontaneidad’, termina despreciándola). Pero la Iglesia, desde siempre, la ha sacado del campo de los valores para ponerla en la cúspide de las virtudes. Porque si una virtud es «la disposición habitual y firme a hacer el bien», la prudencia es, sin duda, la madre de todas ellas.

Frecuentemente mencionada en la Biblia, la prudencia es la mejor ayuda con la que contamos para discernir, es decir, para distinguir lo que sucede (dentro y fuera de nosotros) y poder optar por lo que más conduce a lo de Dios.

Es verdad que, con la excusa de no precipitarse, pueden colarse, bajo apariencia de prudencia, la timidez o el miedo que nos hacen dilatar indefinidamente determinadas decisiones. También, bajo el título de prudencia, pueden asomar la doblez y el disimulo, haciendo que nos pongamos de perfil ante los retos que la vida nos presenta.

Pero, en estos casos, rápidamente saltan las alarmas, porque todos sabemos lo que es la prudencia, aprendida e interiorizada a base de ser, precisamente, imprudentes: ¿quién no ha metido la pata varias veces al día, y se ha propuesto ser más prudente para la próxima? Esto no sucederá de la noche a la mañana: exige esforzarme en ser prudente, examinar cómo he andado de prudencia (o imprudencia) hoy, buscar dónde y cómo puedo ser más prudente mañana, aprender los ‘modos’ de la prudencia (que cambian, porque lo que es prudente en determinadas situaciones, es completamente imprudente en otras)…

En este combate cotidiano por crecer en prudencia, no estamos solos: Jesús es «el prudente» por excelencia. Jesús tiene el corazón modelado en la prudencia del Padre, y por eso con la voz denuncia enérgicamente y también consuela y alienta; en la acción es firme y decidido, pero también paciente y misericordioso. A ese Jesús prudente es a quien debemos mirar y donde debemos calibrar nuestra brújula interna que nos ayude a vivir la prudencia del Evangelio, no la nuestra.

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