Hace poco me contaban cómo desde la dirección de un colegio no religioso se había establecido que los villancicos que se interpretaran en los festivales navideños del centro debían ser laicos. Pero, como parece que la cosa no había quedado del todo clara, posteriormente se había puntualizado que no se podía cantar nada que tuviera referencias religiosas. De este modo, villancicos tan populares como Campana sobre campana o Los peces en el río, quedaban excluidos del repertorio. ¡En esta sociedad vivimos!
La cosa curiosa es que, días después, una religiosa mayor me decía que estaba muy cansada de tener la sensación de estar remando siempre contracorriente en su colegio, para tratar de que al menos se notase que en el centro educativo se celebraba la Navidad cristiana.
Quien trabaja en educación coincidirá al ver cómo hay elementos que aparecen sin ser llamados, ni tienen nada que ver con el catolicismo, y logran generar no sólo el entusiasmo de los niños, sino también de los profesores. En Navidad, Papá Noel y sus elfos se presentan por los pasillos de muchos colegios católicos antes, ya no que el belén, sino que la propia corona de Adviento. Los villancicos de los festivales, sin que haya prohibición ninguna, se vuelven más paganos que cristianos, y cantan a la Navidad, el amor, la familia, la nieve o el Polo Norte, sin que aparezca en ellos ninguna referencia al Niño Jesús, a la Virgen María o a san José.
En medio de todo esto, tenemos a los pobres religiosos, pastoralistas y profesores católicos, gritando literalmente como una voz en el desierto, que aquella no es la Navidad que celebramos los cristianos. Y sintiendo una mezcla de frustración, rabia e impotencia al observar cómo aquellas iniciativas triunfan y calan más que las nuestras, hasta el punto de que algunos niños no conocen la historia del nacimiento de Jesús, la conocen a medias, o la mezclan con otras.
¿Qué decir ante todo ello? Que ante este mundo que, por un lado parece haber perdido la cordura, y por el otro, haberse olvidado de Dios (cuando no marginarlo), los cristianos debemos ser cuerdos e insistentes. Tenemos que poner en Dios nuestra fuerza y pedirle a Él que no nos deje caer en el desánimo, para poder seguir proponiendo a tiempo y a destiempo nuestro mensaje. Y, si ahora en muchos de nuestros colegios se cumple aquella profecía de ser la voz que grita en el desierto, confiar en que aquello de que el páramo se regocijará y el desierto florecerá, no es sólo cosa del pasado, sino que también puede acontecer en el futuro.