Está a punto de arrancar en Roma el Sínodo de los Obispos para la Región  Panamazónica. Un paso más del papa Francisco por acercar la Iglesia a todas las culturas y a la Creación. En Europa se vive con lejanía –solo por algún titular enjundioso– y al otro lado del charco con cierta expectación por la cercanía en el tiempo y en el espacio. Algunos esperan que haya algo de ruido para no llegar a nada –como ocurre a veces en nuestra Iglesia– y muchos lo consideran una oportunidad que pondrá en diálogo a pueblos, comunidades y estados. Un encuentro que, a pesar de su urgencia, esperemos que no llegue demasiado tarde.

Debemos cuidar el planeta y, en concreto, la Amazonía. Esto esto lo sabemos bien, otra cosa es que queramos ponerlo en práctica. Hemos oído cientos de veces que nuestro modo de relacionarnos con el medio ambiente nos afecta. Que en esta partida nos jugamos el futuro de las generaciones venideras. Basta con ver el periódico de vez en cuando. Sin embargo, por qué no ir más allá. Pensar la Amazonía como un bien en sí mismo y no como un requisito para la supervivencia del planeta. Igual que valoramos obras de arte o recuerdos personales aparentemente improductivos, podemos valorarlo tal cual es. Abandonar el utilitarismo especulativo que nos caracteriza y descubrir que es un tesoro. Acercarnos a lo bello, que es rico no solo por su cantidad de agua, su variedad cultural, sus finitos recursos o los millones de kilómetros cuadrados. Rico porque simplemente es. Encima de la mesa el reto de aprender a valorar las cosas por lo que son, por mostrar la vida en toda su diversidad, grandeza y esplendor. La humanidad debe aceptar que algo puede ser hermoso sin que el hombre sea el protagonista.

No obstante no es sólo el futuro del Amazonas el que está en juego con este sínodo, de alguna forma también es el mañana de la Iglesia del siglo XXI, pues las selvas de árboles se parecen más de lo que creemos a las nuestras de hormigón. Es común la urgencia de mantener comunidades vivas con pocos religiosos. También lo es la intuición de buscar lenguajes comprensibles desde cada cultura y entorno, la realidad dice que muchas fórmulas de transmisión de la fe han quedado obsoletas. Un examen que evaluará si todavía sabemos mostrar el amor de Dios aprendiendo de la experiencia y no cargando con el pasado. Si la Iglesia es capaz de vivir la novedad del Evangelio como lo hizo en tantas veces con audacia, creatividad y valentía. Igualmente surge la necesidad de comprender el entorno -y dejarnos interpelar-como un medio para llegar a Dios, donde primen otros verbos: el cuidar sobre el usar, el curar sobre el consumir. Mirar más las urgencias de las personas y menos la supervivencia de las propias estructuras. Tanto la selva amazónica como nuestras sociedades industrializadas se han convertido en espacios sedientos de esperanza que claman un nuevo modo de ver el mundo, ojalá este sínodo que llega no se quede en palabras bonitas y ayude a salvar el pulmón del planeta y con ello la Iglesia y toda la humanidad.

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