En la década de 1950, científicos suecos comenzaron a investigar la defoliación en los bosques del sur de Suecia, así como la muerte masiva de peces en lagos. Pronto surgió la sospecha de que el fenómeno no tenía origen local. En 1967 se mencionaba por primera vez la “lluvia ácida” y se explicaba cómo los contaminantes liberados a la atmósfera en el Reino Unido y Europa Occidental —países altamente industrializados y prósperos— viajaban incluso miles de kilómetros hasta precipitarse con la lluvia.
Creo que el Papa Francisco mira la realidad con una visión holística, profundamente profética para nuestros tiempos. Nos invita a reflexionar sobre el dinamismo que rige el mundo. El medio ambiente, la dignidad humana, la justicia social, la vida espiritual… no son compartimentos estancos. Todo está conectado: existe una profunda interdependencia.
Dicho de otro modo: no dejemos de cuestionar cada una de estas dimensiones desde la mirada de Jesús, pues no sabemos qué repercusiones puede tener, especialmente en los más vulnerables y en el medio ambiente.
No podemos taparnos los ojos y dejar de ver cómo desastres climáticos están ligados a un modelo de producción. No podemos taparnos los oídos y dejar de escuchar a quienes sufren porque no pueden cubrir sus necesidades, víctimas de una manera de consumir voraz. No podemos dejar de sentir cómo los corazones de tantas personas se vacían de sentido vital mientras los trasteros de sus casas rebosan de objetos acumulados. No podemos callar ante políticas y medidas económicas injustas, como si no fueran con nosotros…
Este todo está conectado es una invitación a no vivir desfragmentados. Es una exhortación a contemplar nuestra ecología humana y entender que no hay ecología sin una adecuada antropología (Laudato Si’, 2015, n. 118). Es una llamada a la coherencia en todas las dimensiones de nuestra existencia. Es un recordatorio de la presencia de Dios en todas las cosas.



