Escuché a un líder político nacional hablar de la nacionalidad como un merecimiento y no como un regalo para los migrantes y se me vino a la cabeza una canción. No voy a entrar en el endurecimiento del discurso contra las personas que han llegado a nuestro país y la consideración de nacionales de la que quedan fuera los nuevos metecos contemporáneos. Eso nos llevaría más espacio del que disponemos aquí.
Simplemente quiero llamar la atención sobre la gratitud y el mérito. Porque lo que venía a decir ese líder político es que la ciudadanía española hay que ganársela porque no es ningún regalo. Y entonces, ¿hay alguna cosa que se nos dé como don y para la que no haya que acreditar ningún mérito? Ahí es donde entró la cancioncilla que el grupo de alabanzas de la parroquia canta con acento lánguido.
No ya la ciudadanía, sino la filiación divina como hijos en el Hijo se nos regala sin merecimiento alguno por nuestra parte, como decía San Ignacio animando a mirar “cómo todos los bienes y dones descienden de arriba”. Somos hijos de un Padre amoroso que nos regala su amor a cada instante. No hay que hacer nada; no hay que superar ningún examen; ni siquiera hay que exhibir el certificado de penales porque su gracia es bastante para enderezar cualquier renglón torcido en la vida. Su amor no se merece sino que se regala.
Tuve que buscar la letra de ‘Quiero conocer a Jesús’ hasta que finalmente la encontré. Dice así: “Y si vendiera todo lo que tengo / a cambio de Su amor, yo fallaría / porque Su amor no se compra / ni se merece. / Su amor es un regalo / de gracia, se recibe”. Pues eso.



