Hablo en negativo, porque es en lo que con más frecuencia caigo, ¡y se me nota tanto! Se nota que no soy agradecido porque me creo con derecho a todo. Sé que no soy agradecido porque creo que lo mío es mío, porque mi tiempo es mío, y mis silencios, y mis ritmos. No lo soy porque mi tierra es mía, y mi casa, y el pan de cada día. Cuando en realidad todo me ha sido entregado…
Soy europeo porque se me dio nacer a este lado de la doble (¿o triple?) valla de 6 metros de altura, en la orilla buena del mar. Y por eso tengo derecho a viajar libremente por todo el mundo o a entrar y salir de cualquier país. Podré ser extranjero, pero nunca inmigrante. Mis títulos son reconocidos fuera de mi tierra. Sé escribir y leer, y nunca pasé hambre. Sólo hablo bien una lengua, pero es una lengua importante. No así muchos otros; no así. Serán inmigrantes toda su vida o, si tienen suerte, refugiados.Hablarán 5 ó 6 lenguas, pero serán lenguas poco importantes. Serán abogados o ingenieros, o incluso los mejores sastres o cocineros de su tierra, pero aquí sólo valdrán para limpiar nuestros platos. Conocerán mil historias y mil cuentos, pero la verdadera cultura está en los libros que no saben leer. Habrán pasado hambre y lo seguirán pasando. Habrán caminado miles de kilómetros, pero nunca irán a un gimnasio. Cantarán y bailarán ritmos y melodías maravillosas que calificaremos como primitivas.
No soy agradecido porque tomo todos mis regalos como derecho adquirido y como mérito propio. Si un día tan sólo diera gracias por haber nacido “aquí”, algo cambiaría en mí. Hazme agradecido, Señor. Abre mis ojos para reconocer tanto don recibido. Y al menos ayúdame a que las manos que Tú me diste puedan enjugar, algún día, las lágrimas del que no se mereció lo que le hicimos.