¡Fuera la religión de la escuela, opio del pueblo! Gritan desde un lado. ¡La religión es esencial para el crecimiento de la persona! Claman mientras se rasgan las vestiduras los otros. Y entre tanto, las leyes educativas y el silencio de quienes no quieren hacer ruido y ponen en el principio de colaboración toda la fuerza de los argumentos, van convirtiendo a los profesores de religión en una especie en peligro de extinción.
No echemos balones fuera ¿realmente los programas de la asignatura y las clases que damos son suficientemente serios para poder decir con la cabeza alta que Religión Católica es una materia equiparable a otras? Hacer examen y admitir que quizá no, puede ser el primer paso para cambiar.
Hacer actividades que tengan que ver más con lo pastoral o lo catequético tienta al «profe de reli». Normalmente es alguien comprometido con su fe y seguramente esta tendencia parta de la buena intención. Sin embargo, si realmente creemos que la religión católica es fundamento de nuestra cultura ¿no tendríamos que ser más rigurosos en nuestras clases y exponer los contenidos (fides) e historia de la fe católica de manera académica y adaptada al nivel de los alumnos?
La clase de religión entonces se convertiría en ese Atrio de los Gentiles en el que dar a conocer, en una sociedad secularizada, la idea de Dios Creador y la realidad como creación suya; Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador, modelo de la humanidad perfecta, y entrar de manera seria en el concepto de pecado y sus consecuencias en la vida humana; la apasionante historia de la Iglesia llena de pecado pero, sobre todo, de santidad… quizá entonces nuestros alumnos se plantearán algún día el valor e importancia de lo que les transmitimos y busquen a ese Alguien que nos ha cambiado la vida.