Juegas un par de euros, cinco, algún día que te sientes afortunado subes hasta diez. Pero nunca más allá. Y ganas. Poco, pero para tus gastos, para algún capricho. Además, tienes el subidón de la suerte, de haber ganado. Tus amigos lo hacen, tu padre, tus mayores incluso. Y así pasáis el rato, hablando de deporte, construyendo amistad en base a intereses comunes. ¿Qué daño te hace eso? ¿Qué daño puede causarle a otro? Estás con tus amigos, probablemente gastas bastante menos que en una noche de fiesta e incluso te embolsas un poco de dinero.

Es probable que ya te hayan dado alguna charla sobre los riesgos del juego, y puede que hasta sepas que no es oro todo lo que reluce. Igual que te la han dado sobre los riesgos del alcohol, las drogas, el sexo sin protección… Una charla más como si tú no supieras lo que está bien y lo que está mal. Lo que se puede hacer y lo que no. Tú controlas, en definitiva.

Y tienes razón. Tú controlas. Controlas ahora, que estás con un euro, dos, cinco. Controlas ahora que estás empezando. Pero eso se te va a acabar, aunque no lo creas. Porque el sistema es más listo que tú, sabe exactamente como engañarte, haciéndote creer que eres tú el que engaña. Y una vez engañado, nadie te podrá sacar de ahí.

Quizás este sea éxito de las casas de apuestas deportivas, el juego en internet… colman nuestro pequeño gran ego de creernos los más listos, los que siempre aciertan. Nos llenan esa parte nuestra que nos susurra que somos los mejores y nunca fallaremos, que somos inmortales. Y haciendo eso nos meten en una espiral que nos va a conducir únicamente a nosotros mismos. A ir progresivamente colocando en el centro tu yo. Tus ganancias, tus éxitos… Y nada más. No te das cuenta de que conforme eso va pasando va quedando menos espacio para otras cosas, el fracaso se minimiza, los consejos de quienes te intentan ayudar pierden peso, otras cosas no importan tanto. Y cada vez queda menos espacio. Porque si hay algo que nunca deja de crecer es el yo, cuando lo tenemos puesto en el centro y todas las decisiones que tomamos van orientadas a colmarlo. Es como llenar un cubo agujereado. Nunca estarás satisfecho.

Este es el peligro del juego, de las apuestas deportivas. Que nunca estarás satisfecho, pero siempre querrás estarlo. Y cada vez invertirás más tiempo, más dinero, más energías, quitándolas de otras partes. Así que no, no haces daño, no ahora. Pero te lo harás, se lo harás a otros. Una vez que apuestas por quedarte solo en el centro, porque eres el más listo del tablero, no queda espacio para nadie más, para nada más.

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