Culpa al karma cuando algo se te escape de las manos. Algo tiene que haber. El Gran Arquitecto. El Club Bildelberg y los illuminati. La Fuerza, la energía, Hogwarts, la Magia Antigua y los dragones. Jesucristo, Buda, Allah… Cada día más opciones encima de la mesa. Occidente nunca ha tenido más cosas a mano y sin embargo nunca ha tenido las cosas menos claras.

Las guerras de religión ya son cosas del pasado o de lugares muy remotos y exóticos, y creer se ha convertido en algo tan contracultural como irrelevante para el conjunto de la sociedad. Ya nadie pregunta en qué crees y cómo; ni siquiera a muchos les parece importar en qué se diferencia la vida de un creyente de la de quien se dice ateo o agnóstico. El debate religioso es muchas veces casi folclórico y las expresiones religiosas son, otras muchas, una realidad privada.

Y, sin embargo, hay una tónica que se repite: según un estudio de la Universidad de Kent recogido por el diario The Times, más del 70% de los ateos y más del 90% de los que se dicen agnósticos dicen, a su vez, creer en algo. Es que el dato habla por sí solo. Ni siquiera en una época en la que lo sobrenatural parece tomarse en serio en el campo público, las personas que lo formamos podemos evitar tenerlo presente.

Quizá la pregunta ya no sea, «¿Crees en Dios?», sino, «¿En qué crees cuando dices que no crees en nada?» Lo que no cambia, aunque pasen los siglos o las eras, es la pregunta que viene después: «Y eso, ¿en qué cambia tu vida?»

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