Después de años viviendo en el extranjero, las llanuras y paisajes de los Campos de Castilla se han convertido en un lugar donde siento profundamente la presencia de Dios. Reconocer la tierra de las personas que me precedieron y sus dificultades despierta un profundo sentido de reverencia y gratitud, obligándome a honrar al Creador y a la creación con cuidado y humildad.
Hace ya 10 años que el Papa Francisco nos invitaba, a través de Laudato Si, a reflexionar sobre nuestra responsabilidad moral, social y política en la degradación ambiental y su impacto sobre las personas que habitamos la Tierra. En las últimas décadas, el mundo ha sido testigo de un aumento del desplazamiento provocado por el clima. Se estima que para 2050, 1.2 mil millones de personas serán desplazadas por causas relacionadas con el cambio climático. Y no podemos negar que la vulnerabilidad de las personas desplazadas es resultado de un sistema global injusto que prioriza el beneficio sobre las personas y el cuidado de la Tierra.
Si nos reconocemos hijos e hijas de Dios, y por lo tanto en fraternidad con el resto de habitantes de la Casa Común, no podemos girar la cabeza a la llamada a ser guardianes de la Creación, actuando en solidaridad con nuestros hermanos y asegurando alternativas seguras basadas en la justicia y la compasión. Mirando mi vida cotidiana, ¿de qué maneras concretas puedo transformar mi patrón de consumo para defender el derecho de mis hermanos a permanecer en esos lugares que llaman hogar?