Por mucho que esté de moda y que a muchos les parezca un acto de justicia, destruir estatuas y símbolos históricos no es algo muy novedoso, más bien es una constante a lo largo de la Historia que más que libertad, siempre ha denotado ciertas dosis de fanatismo y una mirada empobrecida y arbitraria de la realidad, de la cultura y del propio modo de actuar. Es una pena que en ciertos casos la reivindicación legítima se convierta en vandalismo ciego más propio de adolescentes rebeldes que de ciudadanos responsables y conocedores de su propia identidad.

Puede que haya ciertas dosis de racismo –y otras barbaridades condenables– en algunos personajes históricos, como seguramente lo había en la mayoría de nuestros antepasados –también de los que se quejan–, porque esa era la forma de ver el mundo, sabiendo que no es lo mismo explicar que justificar. Y probablemente, dentro de varias décadas se escandalizarán por muchas costumbres que ahora la sociedad eleva a dogma, y no por ello mereceremos el desprecio más absoluto. Sobre todo resulta muy osado juzgar –y condenar– personajes históricos porque ahora nos hemos dado cuenta que había aspectos de su vida que hoy catalogamos como políticamente incorrectos, básicamente porque así nunca aprendemos del pasado y no reconoceremos lo bueno que pudieron propiciar con su vida. Está claro que no todos los personajes son iguales ni todos merecen un recuerdo agradecido, pero la Historia no deja de ser un proceso de aprendizaje colectivo a través de un doloroso ensayo y error donde la brocha gorda no ayuda, por eso es más necesario el criterio reposado que el emotivismo radical.

No me imagino juzgando una y otra vez a mis abuelos por no haber reaccionado en su momento como yo lo haría en pleno siglo XXI. Revisar la Historia es algo siempre necesario, sin embargo no es lo mismo que recortarla hasta ajustarla a nuestros propios patrones contemporáneos, porque correremos el riesgo de quedarnos solos o, peor aún, bajo el ojo inquisidor de unos pocos. De la misma manera que necesitamos referentes actuales, no podemos permitirnos el lujo de criminalizar a muchos que nos ayudaron a crecer como sociedad y cuyas ideas, gestas e incluso errores nos permitieron llegar hasta aquí, porque nos guste o no, somos el producto de nuestra propia Historia colectiva, algo que no podremos cambiar.

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