Hoy día tendemos a escandalizarnos cuando al visitar una ciudad o leer algún libro descubrimos como, tras una conquista, los conquistadores destruyeron los símbolos más importantes de los vencidos, para demostrar así su triunfo y también para eliminar lo que para ellos era un signo de la tiranía y maldad de sus enemigos. Así, cuando nos explican que los cristianos derruyeron tal mezquita para construir una catedral (o al revés), o que los conquistadores de tal civilización redujeron a cenizas un palacio, para construir el suyo encima, nos lamentamos de que nuestros antepasados fueran, a nuestros ojos, tan poco civilizados y no supieran valorar lo bueno y lo valioso de sus enemigos conquistados, quedándose con una imagen fiera y bárbara de ellos que solo el paso del tiempo y la historia han sabido depurar.

Pero, pese a que hoy nos creamos más sabios y respetuosos que nuestros predecesores, lo cierto es que últimamente estamos demostrando que quizá no hemos avanzado tanto. O, si se prefiere, que es humano obrar en caliente y fijándose solo en una parte de la historia, de las culturas y de las personas. Y así, en los últimos meses hemos visto caer estatuas de personas a las que se ha juzgado con criterios de hoy, sus actuaciones pasadas (o la imagen que se tiene de ellas), pedir retirar títulos y calles de personajes a los que hasta hace no poco se alababa por su papel en la historia, o también cómo un espacio que era símbolo de la historia y de la cultura de la humanidad, se convertía en un lugar de culto para una sola religión.

Estos ejemplos, unidos a muchos otros, nos muestran por un lado, que quizá no seamos muy diferentes a nuestros antepasados en lo que a nuestro actuar en caliente se refiere (pese a la sofisticación con la que hoy se rodea todo). Y también, que aunque es humano (que en este caso no quiere decir inteligente), juzgar la historia en caliente y teniendo en cuenta una única perspectiva, que es la nuestra, en realidad no somos nosotros los que juzgamos a la historia, sino que será ella la que nos juzgará con el paso de los años. Por ello, quizá mereciera la pena pensar y reflexionar antes de actuar de una manera precipitada. Pero, lamentablemente no tenemos tiempo para ello, y además corremos el riesgo de que nuestros ánimos se calmen.

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