«La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros». La esencia de la Navidad, mensaje clave de nuestra Buena Noticia, en pocos lugares se refleja tan bien y tiene tanto sentido como en un campo de refugiados: el más hostil y devastador de los contextos. El de familias en camino, huyendo del horror, sin lugar adonde ir ni adonde volver. Allí donde no hay de nada y falta de todo. Tiendas como único resguardo. Niños que nacen en tierra extraña, a la intemperie. Y acampar a esa intemperie como forma indefinida de vida, porque no queda sitio en nuestras posadas.
Y aquí, sin embargo, en medio del miedo, del trauma, de la inseguridad y la incertidumbre, Dios planta su tienda y siempre habita el milagro. Porque en cada historia de vida hay una lección de superación. En cada persona hay una historia de amor. Y hay esperanza en el juego de los niños, en los sueños de los jóvenes, en los proyectos de las familias.
Uno de estos cientos de campos en los que se refugian del sinsentido de la guerra familias sirias es Miniyeh, un espacio que ardía hace unos días por un incendio provocado, dejando a 370 personas en la más absoluta nada, en pleno invierno libanés.
No es el primer campo de refugiados que arde. No es la primera vez que estas familias lo pierden todo y huyen de y bajo las llamas provocadas por el odio. No es la primera reflexión que escribimos ni leemos sobre algo así. Pero ojalá esta vez la reacción sí sea diferente.
Porque las familias de Miniyeh y los cerca de 80 millones de personas forzosamente desplazadas en nuestro mundo, necesitan que el milagro se obre también, y sobre todo, fuera de los campos. Que se transformen los discursos de odio, las realidades que empujan a huir, las formas de acogida. Porque tan peligrosa es la llama que prende la primera tienda como la indiferencia frente a ella.
Por eso, ojalá abramos los ojos a la realidad desde el mensaje de la Navidad. Porque cuando dejemos que nos conmueva y nos mueva, cuando veamos a Dios encarnado en ella, en lo frágil, en la vulnerabilidad, en quien sufre, en quien teme, en quien huye; entonces le buscaremos en nuestras políticas, en nuestros votos, en nuestras conversaciones, en nuestros hogares. Y permitiremos, de verdad, que Él que sufre, que teme y que huye, acampe entre nosotros.