En muchas partes del hemisferio norte estamos despidiendo el otoño y abrazando el invierno. Es realmente asombroso ver cómo cambian los paisajes. Lo que hace unas semanas eran exuberantes bosques con verdes árboles llenos de vida se transforma poco a poco de tal manera que parece que todo es diferente. Es increíble la energía que gasta la naturaleza en producir tantas hojas que tras unos meses caen para descomponerse.
Es precioso ver en el otoño los tonos marrones, rojos, ocres, amarillos y naranjas en los árboles que ni el mejor pintor sería capaz de componer. Y todo esto para dar paso a un panorama que puede parecer desolador. Y es que es triste ver los árboles sin una sola hoja. Se han quedado desnudos, dan la impresión de que no hay vida, que están muertos. Y es que el invierno puede ser crudo. Como también son crudas muchas situaciones que vivimos en nuestras vidas. Situaciones en que nos toca desprendernos, en que parece que no nos quedan fuerzas, en las que decrecemos y tenemos que despojarnos, en las que perdemos las ‘riquezas’ que disfrutamos en otros tiempos.
Adviento es tiempo de esperar, una espera que puede ser dura, porque no tenemos seguridades, solo hay pequeños signos que anuncian algo nuevo. Pero el otoño y el invierno no pueden existir sin la primavera. Y aunque a veces nos parezca lejos, tenemos que confiar en que la desolación no tiene la última palabra, y que tras el despojarnos de todo van a surgir pequeños brotes de vida para florecer de nuevo que llenarán el mundo de color.