Si resucitó, ¿dónde está hoy? La imagen de la ascensión, de Jesús en el cielo, tiene un doble sentido. Por una parte, somos conscientes de que Jesús sigue con nosotros, pero de otra manera. Por otra, Jesús está en la eternidad de Dios.

Jesús habita en lo escondido, pero no por ello deja de manifestarse. Está en los pobres –porque son los preferidos de Dios–, está en la oración que nos enciende el corazón, por supuesto en los sacramentos que nos acompañan en nuestra vida, en la belleza que nos rodea, en la cultura y estudio que nos permite amar la verdad y en cada vez que nos abrimos a los otros a través del servicio y del amor. Está en su Espíritu que nos rodea y habita.

Al mismo tiempo, Jesús está en la eternidad de Dios. Los que hace 20 años disfrutamos con la película Gladiator, recordamos qué decía Máximo Décimo Meridio: «lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad». Debemos recordarnos que para Dios no hay nada que caiga en saco roto. No es que guarde las facturas, es que es capaz de aprovechar todo lo bueno que hacemos. Y por eso Jesús está a su derecha, porque además de ser Dios derrochó humanidad y demostró que el hombre es capaz de vivir desde el amor, por y para los demás.

El camino de Jesús anticipa el nuestro, porque también nosotros estamos llamados a participar de Dios. Siguiendo a Jesús, estamos llamados a unirnos al Padre, junto a él, después de nuestra muerte. No sabemos ni cómo será, seguramente distinto a como nos imaginamos. En el ADN de cada uno de nosotros está marcada nuestra esencia, vivir en unión al amor de Dios.

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