Viendo cómo es Jesús y cómo vive podemos encontrar respuestas a los grandes problemas de nuestra vida y encontrar así la salvación en Él. En Jesús, los cristianos encontramos nuestra hoja de ruta para comprender a Dios, al mundo y a nosotros mismos. Por ejemplo, ¿qué aprendemos cuando decimos que Jesús es el Hijo?
De la misma forma que decimos que a Dios Padre nadie lo ha visto nunca, con Jesús ocurre lo contrario. Lo hemos visto. Tenemos testimonio de Él. En Cristo vemos cómo es realmente Dios Padre. Conociendo más al Hijo descubrimos cómo es el Padre. La historia y la sabiduría que encontramos en el Antiguo Testamento son una preparación para la llegada de Jesús, donde se desvela el misterio de Dios.
Decir que Jesús es el hijo único (unigénito) de Dios, ¿no es contradictorio con decir que todos somos hijos e hijas de Dios? En realidad no. Quizás podemos entender que Jesús es hijo de Dios de una manera única. En esa relación íntima, dentro de la divinidad, irrepetible. Porque nosotros no somos Dios, sino imagen de Dios. Pero Jesús sí lo es. San Pablo llega a decir que nosotros somos «hijos por adopción». Y bien sabemos que un hijo adoptado es igualmente hijo, igualmente amado… aunque el camino sea diferente.
Gracias a Jesús, nos reconocemos todos hijos de un mismo Dios, intentando parecernos cada vez más a Él, el primero de todos. Pocas religiones o culturas invitan a la fraternidad universal como lo hace el cristianismo. No es solo una llamada a llevar el Evangelio a todo el mundo, es un compromiso con todos los seres humanos para intentar vivir desde el entendimiento y la misericordia, buscando que reine la justicia y la Paz en todos los pueblos de la Tierra.
Porque Jesús nos enseña a ser hijos e hijas de Dios, nos enseña cómo actuar, cómo ubicarnos ante los otros, cómo aceptar las vicisitudes, buscar la plenitud, descubrir quiénes son los importantes, cómo perdonar, cómo amar e incluso cómo morir.