Para los antepasados que le precedieron habría debido ser el mesías que les devolvería la libertad política y el esplendor como pueblo. Hasta que a sus ojos se convirtió en un blasfemo. Para otros es un personaje histórico más, quizás más importante que otros porque fundó la religión mayoritaria en nuestro mundo. Los discípulos lo consideraban el maestro, y hasta su muerte no entendieron quién era realmente este carpintero que sin lugar a dudas cambió el signo de la historia. Para los cristianos, y acogiendo la formulación a la que llegaron los teólogos en los primeros siglos, es Dios encarnado, Dios y hombre a la vez. El hombre que transparenta a Dios. El Dios que nos enseña a ser verdaderamente humanos.
Pero sigue siendo importante su pregunta. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Y es que no basta tener una idea sobre Jesús, sino vivir una relación con Él. La pregunta de «quién es Jesús para mí» es fundamental para entenderlo todo, y para entendernos a nosotros mismos, porque cada uno la tiene que aprender a responder personalmente. En ocasiones las preguntas nos ayudan a avanzar más que las propias respuestas.
Aunque tengamos dificultades para saber con precisión quién es Jesús, o cómo nos relacionamos hoy con Él, no podemos ocultar su impacto en la vida de tantos millones de personas a través del imparable paso del tiempo. Cada cultura ha puesto el matiz en algún aspecto, pero es tal su profundidad y radicalidad que es capaz de seguir fascinándonos y seduciéndonos hoy. Nos sigue descolocando su modo de amar, de apostar por la vida y de dar esperanza en un mundo cada vez más roto. Nos sigue llegando su llamada que parece atemporal e igual de urgente hoy que entonces.
En Jesucristo no solo se demuestra cómo es realmente Dios, también se demuestra cómo es realmente el ser humano. Nos enseña que la esencia del ser humano está en el amor y que el cuidado de los otros es una seña de identidad del hombre, pero también en la necesidad de creer en el Padre y en la esperanza en un mañana y sobre todo en la confianza en que Dios sostiene la realidad.
Y aunque Jesús pueda ser muchas cosas, no podemos olvidar que encontramos en Él un amigo que nunca nos abandona, y que está presente aún en medio de la soledad más fuerte y allí donde el pecado parece tener la última palabra.