Es difícil explicar en pocas palabras lo que está ocurriendo en España. De hecho, no solo cuesta explicarlo, sino que es difícil entenderlo en su complejidad, sin caer en simplificaciones probablemente injustas. Sin embargo, su repercusión más allá de nuestras fronteras muestra, no únicamente el interés global por las noticias locales, sino que algunos de los elementos que están emergiendo en la que hay quien llama “Spanish Revolution” encuentran eco en preocupaciones y cansancios que afectan a gente en muchos lugares.

El pasado 15 de mayo miles de personas se juntaron para reivindicar cambios en nuestra democracia. Esta protesta, gestada durante semanas en las redes sociales, movilizó a una cantidad de gente mucho mayor de la esperada, y desencadenó un movimiento que, auspiciado por una gran cobertura mediática, ha continuado, de manera pacífica, convocando concentraciones y acampadas urbanas hasta ahora (y ya veremos por cuánto tiempo y qué curso sigue). En dicha protesta confluyen elementos diversos: la coyuntura de una campaña electoral que pone un marco concreto en el que la reflexión política tiene mucho sentido; la conciencia, real, de una progresiva pérdida de calidad en nuestra democracia, atenazada por partidos políticos que acumulan demasiado poder y poco a poco van minando los contrapoderes que pueden mantener un equilibrio, especialmente la justicia y la prensa; el hastío y hasta desesperación de amplios sectores de la población, especialmente una juventud a la que muchos definen como la generación perdida, que ve cómo la crisis económica se ceba con sus expectativas laborales; la indignación por cómo ha surgido y cómo se está afrontando dicha crisis, con la sensación de que quienes, con prácticas financieras muy imprudentes provocaron un cataclismo global, ahora dejan que sean otros quienes carguen con las consecuencias. Y junto a esto una maraña de reivindicaciones de todo cuño, donde se mezclan ya las inquietudes globales e intereses más particulares de unos u otros grupos –que reivindican desde la república a más separación de Iglesia y estado, a derecho a vivienda para todos…

 Ante un movimiento así surgen muchas voces diferentes: Está el apoyo entusiasta de unos, y la mirada escéptica de otros, hay quien alaba esta prueba de vitalidad de una sociedad civil que muchos creían moribunda, y quien recela, temiendo que la espontaneidad del movimiento no sea tal o que, en todo caso, haya quien ahora intente capitalizar el descontento en la defensa de los intereses particulares de los de siempre. Hay, en fin, quien pide más concreción en las demandas, y quien parece contento con que, al menos, haya voces que piden cambio. Yo, realmente, no sé dónde ubicarme. Creo que hace falta cierta regeneración democrática. También pienso que no hay que pedir lo imposible, y que a quien protesta hay que pedirle, además de la crítica furibunda a los otros, algo de autocrítica. Me preocupan las derivas que movimientos así puedan tener. Pero, dicho todo eso, creo que es mejor que ocurra. Y deseo, de veras, que quien está tirando de ese carro tenga la lucidez suficiente y verdaderos apoyos para conseguir que la democracia sea un poco más real. Ya.

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