Cada vida merece ser vivida. La probabilidad de que estemos vivos es de una entre un trillón. La vida es un milagro, es nuestro bien más preciado. Por desgracia, la tendencia actual es el desprecio hacia la vida. El fallo de la Corte de Apelaciones de Reino Unido del pasado 25 de noviembre confirmando la legalidad de la interrupción del embarazo hasta el momento del parto para niños con «un riesgo sustancial de […] sufrir tales anomalías físicas o mentales como para quedar gravemente discapacitado[s]» –entre los que se incluyen los casos de síndrome de Down– es la gota que colma el vaso. Por tener un cromosoma más, hay vidas humanas que pueden ser eliminadas justo antes de ver la luz. Ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Para hacernos una idea: en la Alemania nazi solo los judíos podían ser abortados hasta el momento mismo de su nacimiento.

En la última escena de Vencedores o vencidos el juez germano –Burt Lancaster– explica al norteamericano –Spencer Tracy– que nunca creyó que con el sistema legal nacionalsocialista se llegaría a matar a millones de personas. La respuesta es fulminante: «Se llegó a esa situación en el momento en el que sentenciaste a muerte a un hombre que sabías que era inocente». Por esta senda, en vez de progresar, quizás podemos estar retrocediendo poco a poco –y sibilinamente– hacia el momento más oscuro de nuestra Historia. La distinta consideración para algunos entre humanos y seres inferiores a la condición humana.

Se espera que este caso sea recurrido ante la Corte Suprema británica. Si la decisión del Alto Tribunal es idéntica a la del 25 de noviembre, el Reino Unido estará sentenciando a muchas de sus sonrisas más sinceras. Ojalá no tengamos que echarnos de nuevo las manos a la cabeza.

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