En la película Smoke, Auggie Wren tiene un estanco en Nueva York. Paul, escritor desganado debido al asesinato de su mujer, descubre un día que su amigo Auggie hace fotos. Este le enseña la «obra de su vida». Más de 4000 fotos seguidas en el mismo sitio y a la misma hora (8:00 a.m.). Una foto cada día. Por eso nunca se va de vacaciones.
Paul no sale de su asombro. Auggie le dice que es «su esquina», un pequeño lugar del mundo donde ocurren cosas. Paul empieza a pasar las fotos de forma rápida (lo que haríamos todos) pero su amigo le invita a ir más despacio, diciéndole que si no lo hace así no lo entenderá. El escritor responde diciendo que todas las fotos son iguales.
Auggie, que comprende su obra, dice que son iguales pero distintas: hay días nublados y soleados, gente con abrigo y botas de agua, gente con camiseta y pantalón corto y gente habitual y esporádica… Al final, Paul descubre en una de esas fotos a su amada Helen y se descompone en lágrimas.
Y es que ojalá pudiésemos hacer realidad «la obra de Auggie» en nuestra vida de oración. Su gran valor no radica tanto en que sean fotos impresionantes perfectamente materializadas, sino que en su fidelidad y «aparente» aburrida rutina hace que «ocurran cosas». Como por ejemplo que Paul pueda contemplar a su amada. Y eso sólo se consigue con un cambio de mirada, yendo más despacio, como enseña Auggie a su amigo. Porque muchas veces creemos que la oración se basa en momentos dispersos (cuando me viene bien) pero intensos, llenos de emociones y de grandes luces. Y es que todavía no hemos comprendido que lo que hará fructífera nuestra oración es la pequeña fidelidad enamorada de ir todos los días y a la misma hora. «La foto» podrá salir mejor o peor, habrá mejor o peor luz dependiendo del día, pero de esta forma, con calma, podremos apreciar y «descomponernos» ante Jesús, que pasa todos los días delante de «nuestra esquina».