Mi formación como jesuita ha sido particularmente larga y, durante estos años ha habido gente que me ha preguntado «¿cuántos años te quedan para ser jesuita?» o «¿hace falta estudiar tanto para hacer lo que hacen los curas?» Como si la vocación jesuítica solo fuera válida a partir del momento en el que nos ordenamos sacerdotes o empezamos a «hacer» cosas, cuando en realidad, uno se sabe y se siente jesuita desde su ingreso en la Compañía. Por otro lado, a lo largo de estos años tampoco han faltado los que me han preguntado por el porqué de mi vocación a la vida religiosa, cuando podría hacer prácticamente lo mismo siendo laico.
Todo esto nos lleva al eterno debate sobre el hacer y el ser. Es decir, a intentar delimitar si aquello que define a un religioso (u otra opción de vida) por aquello hace, y por tanto se ve, o por aquello que es, y por tanto no se ve y necesita de la palabra y de los signos para ser expresado. Personalmente, creo que centrarse únicamente en cualquiera de estos dos puntos es una trampa, puesto que, en mi opinión, es muy difícil hacer sin ser o ser sin hacer. En español tenemos un refrán que dice «el movimiento se demuestra andando». Y así, no hay más que pensar que, cuando los profesores explican a sus alumnos que el movimiento, normalmente se mueven por el aula.
Creo que con la vida religiosa pasa algo parecido, es decir, necesita del ser y del hacer para ser comprendida. Pero no es que las obras nos definan más que las palabras o viceversa, sino que los religiosos somos haciendo y hacemos siendo. Así, si estamos con los más pobres, es fruto de lo que somos. Si celebramos la eucaristía, es porque nuestro ser se entiende desde ella. Si trabajamos en una institución que no pertenece a la Iglesia, nuestra vida la lleva a ella. Y, al contrario, aquello que decimos o escribimos para explicar nuestra opción de vida, nuestra manera de vestir o de entendernos y ubicarnos en la sociedad, debería intentar expresar aquello que somos y hacemos.
En el fondo, no se trata de acentuar el «ser» o el «hacer», sino de hacer siendo o ser haciendo. Es decir, de hacer las cosas que hacemos porque somos religiosos y de entendernos a nosotros mismos, y dar a entender a los demás nuestra vocación desde aquello que hacemos. Si todo ello nos lleva a nosotros y a los demás al Dios de Jesús, será señal de que vamos por buen camino en lo que a la vocación se refiere.