¿A quién no le han dicho nunca que sea bueno? En el fondo, viene a decir que te portes bien. O dicho de otro modo: que no la líes, que seas amable, que seas educado, que no des problemas. Vamos, que no obres mal y no des guerra. Esto es quizás lo que percibimos, y es en parte lo que quieren, normalmente, la mayoría de los padres para sus hijos -aunque tengo la intuición de que cada vez más no es una prioridad en muchas familias…-. Y sin querer, podemos reducir ser bueno, a ser dócil, a cumplir las normas de la mejor manera posible.

Sin embargo, ser bueno tiene una aspiración mayor. No es mirarlo en negativo, de no hacer el mal. Ser bueno tiene una planteamiento distinto: vivir para hacer el bien, en cada momento y en cada instante de la realidad. Embriagado por un cierto espíritu quijotesco, el realmente bueno no se conforma con no meter la pata, sino que lucha para que el bien gane en la historia, desde las grandes batallas a las anécdotas del día a día. Activa el radar cada mañana para mirar el mundo de un modo distinto -especialmente atento al que está cansado y agobiado- y vivir desde una causa mayor, más noble, más de Dios.

Ojalá puedan decir de cada uno de nosotros que fuimos buenos. No por nuestra docilidad y adhesión a las normas y a la convivencia -que está genial-, por hacer las cosas bien o por crear buen rollo. Ser buenos porque fuimos capaces de aspirar a la bondad, para nosotros y para otros, y trabajar en cada momento para hacer el bien y mejorar un mundo que tanto lo necesita y que sigue precisando de buenas personas

Seguro que tú también conoces personas buenas de verdad, ojalá logremos parecernos a ellas.

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