Hay momentos en los que lo único que se puede hacer es ser católico. Así lo expresaba una periodista agnóstica al contar cómo, atrapada en un atasco camino del hospital donde su padre agonizaba, rezó para llegar a tiempo y pudo despedirse de él. Su historia invita a pensar: rezamos por lo que nos importa, por quienes amamos, por nuestros deseos más hondos y nuestras necesidades más urgentes. En los momentos límite, incluso los creyentes recordamos cuánto necesitamos a Dios.
Por eso, los cristianos estamos llamados a integrar en nuestra oración la petición por las vocaciones, especialmente por las vocaciones a la Compañía de Jesús. En un mundo donde lo vocacional escasea y las decisiones se toman a menudo por comodidad o impulso, rezar por las vocaciones es pedir que nuestras elecciones se apoyen en el Señor, confiando más en Él que en nuestras seguridades. Es abrir el corazón para dejarnos conducir por Dios y tener el valor de recorrer el camino único que nos tiene preparado.
Rezar por las vocaciones es pedir audacia, libertad interior y confianza. Para algunos, ese camino conduce a la Compañía, donde la pobreza, la castidad y la obediencia pueden vivirse como expresión de una libertad radical. Es necesario sostener con la oración la certeza de que no solo las historias románticas dan sentido y amor, sino también una vida entregada al estilo de Jesús.
El ejemplo de san Ignacio es claro: expulsado de Tierra Santa con su proyecto truncado, descubrió que siguiendo al Señor era imposible perderse. Tampoco lo hará quien responda a su llamada. Por eso, lo más profundo que podemos hacer es rezar y dar testimonio con nuestra vida, porque Dios sigue llamando.
