Ése era su nombre. Pero no ha hecho honor a él. Salvador es el joven de 18 años autor de la última matanza llevada a cabo en un colegio, esta vez en Uvalde (Texas). Diecinueve niños entre 7 y 10 años muertos, y dos profesores también.
Cada día me quedo estupefacta ante la proliferación de la violencia en los jóvenes. ¿Qué les está pasando? ¿Qué nos está pasando como sociedad? Podríamos decir que hay demasiado uso de videojuegos violentos, que destilan tanta agresividad que es inevitable que el jugador termine la partida llevándosela puesta. Podríamos decir que la pandemia ha afectado seriamente a la salud mental, aumentando el número de enfermedades mentales, especialmente en los jóvenes. Podríamos argumentar que las redes sociales están creando mundos ficticios que hacen que estas nuevas generaciones no sean capaces de asimilar la realidad, con todas sus aristas y contradicciones. También podríamos indicar que las familias no están lo suficientemente estructuradas, o preparadas, o comprometidas con la educación en valores de sus hijos; o que las escuelas están fallando en su manera de preparar y formar. Podríamos decir tantas cosas…pero ante un hecho así lo cierto es que una se queda sin palabras.
Dentro de lo incomprensible que resulta todo, hay una reflexión importante que hacer acerca del asunto de la venta de armas (entre otros temas). Hay que ir a soluciones concretas y eficaces, y no a discursos buenistas cargados de emotividades. Porque mientras haya armas en un mostrador, con un precio asequible y con la única condición de tener 18 años para comprarlas, de nada sirve cambiar sistemas educativos ni plantear metodologías nuevas, ni lanzar eslóganes motivantes, ni presentar a nuevos y efímeros «héroes» como intentos de modelo social, ni retransmitir explosiones repentinas de solidaridad colectiva con el fin de contagiar al resto.
Estos son tiempos de permisividad y tolerancia mal entendida con niños y jóvenes. Tenemos miedo a que se sientan angustiados y presionados con nuestras «correcciones», así que hemos decidido recurrir a un diálogo blandengue y condescendiente. Pero hay circunstancias en las que no cabe el diálogo, al menos en un principio; o edades o circunstancias en las que todavía no se está preparado para asumir y entender la importancia de valores como la libertad, la justicia o la vida. Entonces hay que actuar usando otro orden: primero evitar; segundo prevenir, mediante la educación y el diálogo serio, dedicando tiempo y paciencia para enseñar a elegir con responsabilidad, a respetar, a convivir… en definitiva, a ser adultos. Primero evitemos la venta de armas; luego hablemos del derecho a la vida y de la no violencia. Sirva esto para otras situaciones.
Se llamaba Salvador, y murió tiroteado por la policía mientras perpetraba una terrible masacre.
Se llamaba Salvador, y no ejerció como tal.
Se llamaba Salvador, y nadie, ni siquiera él, supo salvarlo de sí mismo.