«Esta doctrina quijotesca hay que predicarla ahora en que el sanchopancismo no hace sino repetirnos que lo esencial es aprender a distinguir los sones y saber cuáles son de batanes o no, sin advertir que mientras es de noche y le dura el miedo, tampoco Sancho los distingue, y eso que los oye y no hace falta verlos. Sancho necesita, para tener serenidad y atreverse a burlas, ver la causa que produce los sones, verla; Sancho, que de noche no se atreve a apartarse de su amo por miedo a los temerosos sones y por miedo no los distingue, búrlase de él cuando ve el artefacto que los produce. Así es con el sanchopancismo que llaman ya positivismo, ya naturalismo, ya empirismo, y es que ha sido que, pasado el miedo, se burla del idealismo quijotesco. ¿Por qué había de conocer Don Quijote, siendo como era caballero, los sones? ‘Y más, que podría ser, como es verdad –añadió–, que no los he visto en mi vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois, criado y nacido entre ellos; si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y echádmelos a las barbas uno a uno, o todos juntos, y cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de mí la burla que quisiéredes.’ ¡Admirables razones! En lo esforzado del propósito y no en lo puntual del conocimiento está el héroe. Mas la verdad es que conviene acompañe Sancho a Don Quijote y no se aparte de él. Sancho, como villano ruin que es, criado y nacido entre batanes, en cuanto llega la noche y no los ve, y oye sus temerosos sones, tiembla de miedo como un azogado y se arrima a Don Quijote, y para que no se vaya traba las patas a Rocinante, con lo que el Caballero no se puede mover y se libra acaso de una muerte cierta entre los batanes, pero luego que se hace de día, ¿por qué ha de burlarse del que le amparó en su congoja, y le dejó llegar a la luz del día, pues acaso sin él habríase muerto de miedo, o el miedo le habría arrojado en los batanes, más que su valor a su amo? Si inspiraciones del corazón y fe en lo eterno nos sacaron de las congojas de la noche de la superstición y del miedo a lo desconocido, ¿por qué cuando la luz de la experiencia luce hemos de burlarnos de aquellas inspiraciones y de aquella fe? Y tanto más cuanto que volveremos a necesitarlas, pues si la noche se sucede al día, vuelve nueva noche tras este nuevo día, y así entre luz y tinieblas vamos viendo y marchando a un término que no es ni tinieblas ni luz, sino algo en que ambas se aúnan y confunden, algo en que se funden corazón y cabeza y en que se hacen uno Don Quijote y Sancho. Hoy Sancho distingue de sones y sabe cuáles son de batanes y cuáles no, siempre que sea de día y vea los mazos que los producen; pero de noche tiembla de miedo y nunca se atreve con seis jayanes, ni uno a uno ni con todos juntos, y hoy Don Quijote se atreve con los jayanes y no tiembla ni de noche ni de día, pero no distingue de sones y cuáles son de batanes y cuáles no. Día llegará en que fundidos en uno, o mejor, quijotizado Sancho antes que sanchizado Don Quijote, no tenga aquél miedo y distinga de sones lo mismo de noche que de día y se atreva con batanes y con jayanes. Pero es mal camino para llegar a ello burlarse del Caballero y creer que todo estriba en distinguir de sones. No, no es la ciencia sola, por alta y honda, la redentora de la vida.»
Miguel de Unamuno, Vida de Quijote y Sancho