En estos días la excomunión de las clarisas de Belorado y su probable expulsión del monasterio están haciendo mucho ruido. Quien más o quien menos, dentro o fuera del mundo eclesial, está hablando del tema con preocupación o morbo. Algunos profetas del ayer comienzan a afirmar que, pese a que no lo dijeran, conocían ya el final de la historia. Otros, imaginan posibles escenarios, fotografías o titulares de lo que ocurrirá en los próximos días.
De un modo casi antitético, hace poco recibía la noticia de que en la Fraternidad de Clarisas del Corpus de Segovia había fallecido una monja muy querida: Sor Nieves. Una mujer que vivió enteramente para Dios, siempre con una sonrisa en los labios. Un testimonio de pobreza (material y espiritual), en medio de la vida sencilla de uno de tantos monasterios que en España sufren las consecuencias de la crisis vocacional, pero no por ello se deja tentar por el miedo, la desconfianza o el ídolo de la búsqueda de la seguridad.
Ni la vida ni la muerte de Sor Nieves han salido en los telediarios. No ha habido ruido, sino más bien ese profundo silencio que impregna los pasillos de tantas clausuras, haciendo creíble el mensaje del Evangelio. Estoy seguro de que, como ella, han sido muchas las monjas que han muerto en las últimas semanas, desde que explotara el llamado cisma en Belorado.
Dice San Ignacio que es propio del Mal Espíritu hacer ruido, como la gota de agua que cae sobre una piedra. Mientras que el Buen Ángel toca dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja. En tiempos de tanto ruido, nos viene bien recordar estas palabras y afinar nuestro oído para darnos cuenta de que estamos rodeados de enormes testimonios de santidad que muchas veces pasamos por alto por su ancianidad y poca vistosidad. Ojalá que seamos capaces de dejarnos empapar por ellos, y que así nos espoleen a tomarnos en serio nuestra vida y cumplir nuestra vocación de ser santos.