Últimamente aparece en mi oración y en mi reflexión personal una pregunta: ¿se puede querer a alguien y no apostar locamente por esa relación? Tratando de responderla me venían a la mente dos frases que he aprendido en mi familia. La primera es una frase que me dijo mi tío hablando de su mujer y que no puedo quitarme de la cabeza: «cuando el amor llega, existe para siempre» (mi tía está enferma de alzhéimer y llevan 50 años casados). Y la otra es una frase que repite mucho mi santa madre: «el amor verdadero es la voluntad de querer cuidar el amor que ha nacido en tu vida» (38 años de feliz matrimonio con mi padre).

Porque vivimos en un mundo en el que parece que estas frases no están de moda. Parece que el amor siempre tiene fecha de caducidad y siempre exige condiciones. Es muy fácil descubrir cómo hay muchas personas que se sienten invitadas a comenzar una ‘relación’ y no terminan de apostar por ella; es fácil descubrir proyectos de pareja que no terminan de tener ‘éxito’ por miedo al compromiso o por que se acaba lo que llamamos, ‘el sentimiento’; es fácil descubrir personas que sienten una especial llamada de Dios y no se “atreven” a apostar por ella…

Pero, ¿debería ser así? La verdad es que personalmente creo que la vida es muy complicada, y que no somos nadie para juzgar por qué en determinadas circunstancias un proyecto, por el motivo que sea, no sigue adelante. Pero al mismo tiempo, creo que es fácil descubrir una certeza absoluta: cuando el amor llega, existe para siempre y te pone en marcha. Porque es precisamente en ese momento, cuando comienza en nosotros la posibilidad de decidir cuidar la invitación al amor que ha nacido en nosotros o dejar que esta se apague. Porque el amor verdadero te hace salir de tu zona de confort, de tus comodidades y te invita a apostar por proyectos y personas que en un principio pueden parecer una locura. Pero con el tiempo, es lo único que dará sentido verdadero a la vida. Porque uno se enamora desde el principio y es precisamente el amor lo que nos hace salir al encuentro del otro. Ya sea para iniciar una relación de pareja, una relación de amistad o para profundizar en nuestra relación con Dios. Todo lo que te impida apostar por el amor que sientes como verdadero, son excusas… vivimos en un mundo que nos hace creer que esto de estar enamorado es imposible o requiere mucho tiempo. Cuando en realidad es mucho más sencillo, ¿quieres dejar de situarte en el centro?, ¿quieres dejar de controlarlo todo?, ¿quieres apostar de verdad por la invitación al amor a la que te sientes llamado?

Porque amar es entregarse y gastar la vida por el otro. El problema es que queremos tenerlo todo siempre claro, queremos controlar cada paso que damos, queremos tener claro desde el principio que esa relación por la que estoy apostando merece realmente la pena, queremos no dudar absolutamente nada en relación a la invitación que Dios me hace para que apueste por ese proyecto personal… sin embargo, el amor de verdad no funciona así. Dios no funciona así, las relaciones no funcionan así; el amor humano no debería funcionar así. Porque el amor es una intuición que nos descoloca y nos hace salir de nosotros mismos. No nos permite quedarnos parados, no nos permite continuar con la misma dinámica que teníamos antes, nos hace sacar lo mejor de nosotros mismos para apostar por esa relación a la que nos sentimos llamados.

 Entonces podríamos preguntarnos, ¿quién ama de verdad?, ¿quién se atreve a dejar que el amor descoloque su vida? Rápidamente descubrimos la respuesta: ¡los apasionados! ¡los locos! ¡los cristianos! Aquellas personas que viven con una magia distinta que contagia alegría, pasión y amor en su vida. Pensemos por ejemplo en ese religioso que vive con pasión su proyecto personal con Dios, esos jóvenes que se atreven a seguir apostando por esa relación de pareja pese a las dificultades, ese matrimonio que permanece unido pese a los problemas… en otras palabras, aquellos que han aprendido a escuchar a Dios: «amaos unos a otros como yo os he amado». Porque «en el amor no existe temor» sino confianza. Porque el amor no son certezas, sino apuestas; no son seguridades, sino proyectos compartidos; no es tranquilidad, sino locura que hace la vida apasionante. No es conocimiento, sino invitación apasionada para apostar por una intuición que hará la vida maravillosa. Una intuición que no te permite quedarte dormido, parado en la vida… porque, recuerda, vivimos una sola vez y el amor es lo que realmente mueve la vida. Ten cuidado no pierdas la oportunidad de amar de verdad.

Solo así podremos verdaderamente descubrir de verdad cómo es el amor de Dios y el amor humano, porque si nos paramos a pensarlo, ¿existe verdadera diferencia? Claro que no!!! En el fondo amar no es tan difícil, es una cosa bien sencilla: descubrir que nos importa demasiado el bien del otro y que queremos apostar por ese proyecto nuevo que se nos pone delante. Es dejar de pensar en uno mismo, para empezar a pensar en el otro. Es descentrarse para vivir sirviendo, amando a las personas que nos rodean. Porque nuestra felicidad y nuestra vida no se pueden proyectar solas, necesitamos de los demás para que nuestro día a día tenga verdadera plenitud.

 Dejemos de buscar entonces personas, proyectos y relaciones perfectas. Y empecemos a buscar y apostar de verdad por el amor. Apostemos por Dios y por su lógica. Porque el amor no se puede entender y racionalizar completamente, el amor es una invitación a vivir. Atrévete a confiar en el amor que se te ponga delante en la vida. Sé valiente para apostar por esa persona o ese proyecto personal que sientes que hará vibrar tu vida, sal de tu zona de confort y «confía en el amor», confía en que Dios anda siempre por detrás tratando de dar vida a nuestra vida, de darnos una pasión que hará que nuestro día a día se convierta en algo maravilloso y extraordinario.

Frente a un mundo que piensa el amor desde categorías limitadamente humanas y que reduce el amor al sentimiento, tenemos que apostar por la lógica del amor que nos invita a descentrarnos y poner en el centro al otro, porque el amor nos habla de Dios. Teniendo así presente que somos capaces de amar porque Dios nos ha amado primero, por eso, «salir de uno mismo» hacia el encuentro con el otro es la característica principal del amor, es decir, de Dios. ¡Amemos con pasión y sin excusas en nuestra vida! ¡Amemos de verdad y para toda la vida!

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