Lo confieso: no me gustan las películas románticas. Y es que, cuando, al final de la peli el amor triunfa y la pareja en cuestión se muestra feliz y enamorada, no puedo dejar de preguntarme: ¿seguirán dentro de 20 años, cuando las perdices se hayan acabado y la rutina les haya visitado? No, no es que sea una aguafiestas, ni una escéptica en el amor. Para nada. Enamorarse es una delicia, y el amor es lo mejor que te puede pasar. El problema es cuando creemos que este solo vive de romanticismo y pasión.

Leía el otro día una noticia de esas del corazón cuyo titular decía así: «Parejas famosas que dijeron ‘no’ a la convivencia». En ella se enumeraban distintas parejas casadas que no convivían, algunas porque el trabajo se lo impedía y otras por decisión propia. Como mujer casada que soy, el artículo me hizo reflexionar. ¿Hay que evitar todo lo que la vida en pareja implica, como convivir, para que el amor perdure? ¿Qué clase de compromiso estamos dispuestos a asumir cuando damos el «sí, quiero»? Ese «para siempre» que un día prometes no es algo que se te entrega ya hecho. Eso te lo tienes que «currar». Y es que el amor tiene cada día la misma posibilidad de vivir que de morir. ¿Cómo asegurarnos entonces el éxito?

No sé, no tengo la respuesta (¿alguien la tiene?), aunque sí he descubierto algunas pistas, no sin antes haberme preguntado alguna que otra vez eso de «¿quién me mandaría a mí meterme en esto?»

Pista 1: la persona que tienes enfrente no es una copia de ti. Por ello hay que re-modelar costumbres y manías adquiridas que no coinciden, adaptar ritmos y re-aprender compases.

Pista 2: hay que hablar mucho, saber cuándo callar y estar dispuesto a escuchar siempre, no solo lo que se dice sino también esos silencios que a veces se quedan flotando en medio.

Pista 3: hay que alimentar tanto los momentos de encuentro como los espacios de cada uno, pues esos espacios hacen más fuertes los encuentros.

Pista 4 (y para mí la más importante): hay que armarse de valor y atravesar ese Mar Rojo que se abre de par en par ante ambos cuando llegan los momentos sumamente difíciles (que llegan en cada pareja). Esos momentos en que no sabes si las aguas se volcarán sobre ambos y os arrastrarán, perdiéndoos para siempre. Ese Mar Rojo que, sin embargo, no conviene evitar porque es el único que te lleva, que nos lleva (a la pareja), a la Tierra Prometida.

Al evocar mis primeros años de relación no puedo evitar sonreír cuando recuerdo las mariposas revoloteando, juguetonas, en el estómago. ¿Ahora ya no vuelan? Algunas veces sí, provocando las consabidas cosquillas. Pero otras parecen volar más como hermosas águilas de amplias y contundentes alas, en un vuelo alto y sereno. Y aun sabiendo que no tengo el éxito asegurado, ahí descubro otro amor, lejos de Cupido, pero más cerca de algo que intuyo más auténtico, más verdadero. Creo que, cuando uno elige amar, debe saber que eligió lo difícil, lo trabajoso y complicado. Pero, ¿quién quiere una vida fácil si sabe que estamos hechos para el AMOR?

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