Soy de la generación que disfrutó con la película Regreso al futuro. Recuerdo ese Delorean corriendo hacia el futuro, dejando a su paso un reguero de chispas de fuego. Y al loco de Doc; y a su perro, Einstein; y al protagonista, él, Marty McFly. Vivía enamorada del actor que lo interpretaba, Michael J. Fox. Toda mi adolescencia estaba decorada de fotos suyas.

El otro día hicieron un homenaje a la película y acudieron los dos protagonistas principales. Y ahí salió mi adorado Michael J. Fox, visiblemente afectado por la enfermedad del Parkinson. Me impresionó mucho ver cómo trataba de controlar su cuerpo que, castigado por los movimientos propios de la enfermedad, transmitía la emoción por ese reencuentro con un público al que en su día hizo soñar, como me hizo soñar a mí.

Cuando somos jóvenes, nos montamos nuestra propia película sobre cómo será nuestra vida. Pero no contamos con la vida en sí, o con el destino, y a veces suceden giros de guion que no esperamos y en los que toca improvisar para poder salir airoso. Supongo que eso le pasaría a Fox, cuando, en la cima de su éxito, le diagnosticaron párkinson.

Creo firmemente que es en esas improvisaciones cuando uno es puesto a prueba, cuando se demuestra de la pasta que se está hecho. En esa división que hace el camino que creías recto y llano, puedes romper en pedazos el nuevo libreto que toca interpretar, o puedes asumir que el «personaje» en que te has convertido ha evolucionado y pasa a tomar otro rol. Y entonces entiendes que la vida es mucho más grande que cualquier película que te montes en tu cabeza, porque no es algo pensado desde el principio. Como dice el poeta: «se hace camino al andar».

Dijo Fox en es homenaje que el párkinson le ha hecho un regalo: poder ayudar a otros que están en sus mismas circunstancias, y darse cuenta del cariño que le rodea. Eso es aceptar que el guion ha cambiado, pero que deseas seguir en la película. Y yo aplaudo por ello.

Te puede interesar