
Porque sí
«Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.» (Lc 6, 38)
Solemos hablar en cristiano de 'gratuidad' en las relaciones. ¿Es posible? ¿Es posible un servicio desinteresado, un amor que no espera nada a cambio, una vida en segunda persona? Hay quien dice que no, que si sirvo es para sentirme mejor (al final también por mí), que si amo es porque me llena (yo de nuevo), y que si defiendo alguna reivindicación, aunque no tenga nada que ver conmigo, es por que me encanta ser un quijote (finalmente, 'yo'). Eso es una visión demasiado cínica de la vida. Hay que creer en la generosidad en un mundo escéptico; en la alteridad, la apertura al otro, en un mundo egocéntrico; en la gratuidad en un mundo que a todo pone precio; y lo creemos porque nuestro horizonte último habla de dar la vida, y eso es lo que encontramos en Dios y vislumbramos en tantas entregas gratuitas: los padres, una persona capaz de sacrificarse por otra, soñar en un mundo donde cada persona tenga su dignidad garantizada.
Pídele a Dios capacidad para creer que es posible hacer las cosas porque sí, sin esperar nada a cambio, creyendo que es necesaria una lógica distinta.
Los hombres solidarios
Diría al más pobre de los hombres,
al más enfermo, al más desheredado:
Éste es el comienzo de una fábula feliz.
Pondría en sus manos las conchas más frescas
del mar; en sus hombros,
una rama en flor;
en la boca, una espiga de trigo maduro.
Nos callaríamos para escuchar una historia
que cuenta la sangre.
Le diría: – Aquí tienes la fuente donde beber.
Le diría: – La tierra es rica
y el hombre es hijo de la tierra.
Podría leer en mis ojos
lo solidarios que somos.
También le diría: – Hermano mendigo,
tira el dinero que te dan.
Extiende las manos
y recibe el óbolo insigne
de un campo de oro donde tiemblan las espigas,
de un cielo tachonado de estrellas,
de una ola del mar fresca y llena de peces.
Para el que quiere, el mundo está ahí.
Armand Bernier (La familia humana)