Tu voz fuera de mí
«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, emigrante y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y fuimos a visitarte?» (Mt 25)
A veces no me doy cuenta de cómo me hablas en mil detalles: el “¿Qué tal estás?” lleno de cariño de mis padres al teléfono. El “vamos” de un amigo que me ve bajo de ánimo, y quiere hacerme sentir que no estoy solo. El “por favor” de quien pide ayuda y me recuerda que no me duerma, que hacen falta manos. El “ojalá” de quien comparte conmigo sus deseos y sus sueños, y así me invita a seguir creyendo y soñando. La risa jovial y despreocupada de quien, por un momento, me contagia la alegría. La poesía que me sugiere la belleza de tu creación. La protesta de quien denuncia lo injusto, y al hacerlo me recuerda tu mensaje de bienaventuranza.
¿En qué palabras me habla Dios?
Un hombre pregunta (I)
¿Dónde está Dios? Se ve, o no se ve.
Si te tienen que decir dónde está Dios, Dios se marcha.
De nada vale que te diga que vive en tu garganta.
Que Dios está en las flotes y en los granos,
en los pájaros y en las llagas,
en lo feo, en lo triste, en el aire, en el agua;
Dios está en el mar y a veces en el templo,
Dios está en el dolor que queda
y en el viejo que pasa
en la madre que pare y en la garrapata,
en la mujer pública y en la torre de mezquita blanca.
Dios está en la mina y en la plaza,
es verdad que está en todas partes,
pero hay que verle
sin preguntar como si fuera mineral o planta.
Quédate en silencio, mírate la cara,
el misterio de que veas y sientas,
¿no basta?
Pasa un niño cantando, tú le amas,
ahí está Dios…
(Gloria Fuertes)